Este día de la conmemoración de los fieles difuntos es un momento óptimo para recordar la importancia de esta fecha, así como la fiesta de Todos los Santos que le precede. Se trata de un excelente modo de dar culto a los santos, recordar a nuestros difuntos y rezar por ellos –buen modo de honrarles- y tener presente nuestra propia vocación a la santidad. Sería una lástima que tan nobles propósitos quedaran sepultados por una maraña de telas de araña, ataúdes ambulantes, y unos disfraces que -en ciertos casos- pueden llegar a ser, más allá de una horterada, incluso una manera de frivolizar la muerte, o un cortejo a seres de mundos oscuros.
¿Estaremos ante un nuevo signo de la paganización de los tiempos? El cristianismo se encargó desde los primeros momentos de depurar fiestas y tradiciones paganas que parecen estar tomando su revancha. En efecto, el origen de la fiesta de Todos los Santos se encuentra en el Panteón de Roma, templo pagano donde se rendía culto a todos los dioses. En cuanto se donó a la Iglesia, se convirtió en el templo de Todos los Santos. La fiesta, que originariamente se celebraba en mayo, pasó al 1 de noviembre con el fin de erradicar la fiesta celta de año nuevo que se celebraba a finales de octubre. El propósito se consiguió parcialmente, pues en lugares como Irlanda coexistieron tal año nuevo con Todos los Santos. Con la emigración irlandesa se trasladó esta celebración a Estados Unidos, adquiriendo un añadido carácter comercial que ahora se ha implantado entre nosotros. Resulta sorprendente que en el transcurso de pocos años ya casi se hable más de Halloween que de Todos los Santos. Ya no solo es que la sociedad se haya secularizado, sino que también se paganiza y adopta costumbres ajenas a nuestra tradición. Se trata de una pérdida de identidad que esperemos no vaya acompañada de una disminución del sentido de lo trascendente.