Opinión

Francisco José Pérez

Lo que no se ve no existe

21 de octubre de 2018

Por eso les hablo contando parábolas: porque miran y no ven, escuchan y no oyen ni comprenden. Se cumple en ellos aquella profecía de Isaías: Por más que escuchéis, no comprenderéis, por más que miréis, no veréis. Se ha embotado la mente de este pueblo; se han vuelto duros de oído, se han tapado los ojos. (Mt. 13, 13-16)

El 17 de Octubre  se celebró el Día Mundial para la Erradicación de la Extrema Pobreza. Seguro que os ha llegado diversa información y propuestas para para sensibilizarnos ante este grave problema. Este post quiere incidir en la necesidad de tener presente, a lo largo del año, esa extrema pobreza, pues lo que no se ve no existe, menos en una sociedad del consumo y de la imagen como la nuestra. Una sociedad que impone la invisibilidad y el silencio para todas aquellas personas a las que niega sus derechos fundamentales, es uno de los grandes muros a derribar para lograr un mundo sin miseria.

Pero nuestra ceguera no es total, percibimos algo esa pobreza extrema, como entre nubes, lo que nos deja indiferentes… y nos lleva a negar parte de la realidad, ya sea por ignorancia o poco espíritu crítico, mientras andamos entretenidos o distraídos, sumergidos en la cultura del consumo de sensaciones, sin tiempo para informarnos, reflexionar o discernir. Además, no somos conscientes de que cada día llegan a nosotros multitud de imágenes, que tienen amos y propósitos, que quieren anular nuestra capacidad de contemplar las realidades simples de la vida, para imponer su visión de la realidad.

Por ello, hemos de tener claro que  una cosa es la experiencia que llega a nuestros sentidos a través de las imágenes y los medios de comunicación y, otra muy distinta, la experiencia directa de la realidad.

Ver o perecer

Esta situación choca con el “ver o perecer” de Teilhard de Chardin, y con la mística de ojos abiertos que reclamaba para el cristianismo el teólogo J. B. Metz.

Este es nuestro desafío: contemplar la realidad con ojos nuevos para descubrir el camino de una vida más humana, y más evangélica, visibilizando la pobreza y la exclusión, para poder poner en valor la dignidad y la capacidad de resistencia y lucha por salir adelante de quienes la sufren.

Visibilizar para dejarnos conmover por esas realidades de la vida presentes en la pobreza extrema y, sobre todo, para descubrir la esperanza de los más pobres.

Desde esa nueva visión será posible, en este 70 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, comprender como la pobreza es fundamentalmente una violación de estos derechos fundamentales: vivienda, ingresos, vivir en familia, migración, atención sanitaria, etc.

La mirada del pobre ha de ser nuestra luz y nuestra guía.

Nuestra ceguera está relacionada con ver la realidad desde nuestros intereses. La honradez con lo real reclama ponernos en el lugar del otro y tomar en serio su sufrimiento. Podemos decir, pues, que la compasión y la indignación provocadas por el sufrimiento causado por la pobreza, se convierten en fuente de conocimiento de la realidad.

Mirada, por otra parte, que nos permite descubrir a los pobres como sacramento de Dios: acoger al extranjero, dar pan al hambriento… es acoger o dar de comer a Dios mismo; supone también la experiencia de dejarse mirar por Dios en los ojos de los pobres: es una experiencia mística, espiritual.

Ello supone, para nuestras comunidades cristianas, un proceso de movilidad hacia abajo. Los pobres nos otorgan luz para ver, nos otorgan salvación: “los pobres nos evangelizan”.

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