En el año 2013 la Congregación para la Educación Católica publicó un documento bajo el título “Educar al diálogo intercultural en la escuela católica”. A través de él, llamaba la atención acerca de las dificultades actuales para el logro de “una relación equilibrada y pacífica entre culturas preexistentes y culturas nuevas”. Esta relación constituye hoy uno de los desafíos nucleares de la sociedad actual y, como reflejo de ella, éste se hace presente también el seno de sus escuelas. Por lo tanto, uno de los actuales desafíos de la educación en nuestra sociedad consiste en la capacidad de nuestro sistema educativo para educar a nuestros niños y jóvenes en aquellas competencias que les capaciten realmente para el diálogo intercultural.
En una sociedad multicultural la escuela ha de hacer posible la convivencia pacífica entre las distintas expresiones culturales a las que pertenecen sus alumnos mediante la promoción del diálogo intercultural entre ellos. Y en la medida en que la religión constituye la dimensión transcendente de la cultura, el diálogo intercultural es también diálogo interreligioso.
Así es como este diálogo intercultural, comprensivo de la dimensión trascendente de la persona, es uno de los elementos constitutivos de una auténtica cultura de la paz. De ahí que la exclusión de la religión del ámbito educativo impida el encuentro entre las personas al perderse la posibilidad de un diálogo sincero desde las dimensiones más profundas del ser humano. Porque para dialogar es preciso conocer al otro, así como el conjunto de valores que configuran su personalidad, su identidad, su modo de ser y de actuar. Sin conocimiento profundo del otro no puede existir un diálogo sincero y verdadero, que reconozca, sin caer en el relativismo, la existencia de valores comunes, arraigados en la propia naturaleza humana.
Sin conocer es muy difícil respetar. Por ello, la gramática del diálogo conlleva ineludiblemente el conocimiento como paso previo al respeto por el patrimonio de valores éticos del otro, desde la fidelidad a la propia identidad. Por eso podemos afirmar que “una cultura que afirme una pretendida neutralidad de la escuela y elimine del campo educativo toda referencia religiosa” imposibilita aquel diálogo y las fuentes para una convivencia pacífica.