Opinión

Raúl Gavín

Sobre Halloween y zombis

26 de octubre de 2017

«Creo en la resurrección de la carne». Seguramente es este uno de los artículos de nuestro Credo más desdibujados en los últimos tiempos. Son mayoría los que confiesan creer en una vida después de la muerte pero pocos los que profesan su confianza en que su cuerpo resucitará real y materialmente aunque, por supuesto, dicho cuerpo transformado, ya no será mortal ni terreno. Son, para esta generación, más actuales que nunca las palabras de san Agustín: «Ninguna doctrina de la fe cristiana es negada con tanta pasión y obstinación como la resurrección de la carne».

A la par de este oscurecimiento en esta creencia, se está produciendo una meteórica ascensión de mensajes que nos invaden sobre una pueril visión de las realidades últimas del hombre. Desde el exitoso video de Michael Jackson de los años 80 en el que unos zombi se levantaban de sus tumbas y bailaban ágilmente con sus deslucidos cuerpos, han prodigado numerosos videos, películas y series en las que frívolamente se presentaban a cadáveres reanimados que volvían de la muerte.

Pensaba sobre ello estas últimas semanas porque, sin duda, la celebración de Halloween, que se ha venido anunciando profusamente en los medios durante todo el mes de octubre, ha contribuido decisivamente a esta banalización de las creencias cristianas relacionadas con la muerte y la resurrección del cuerpo.Sin embargo, la evidencia de todo hombre es que es un ser que camina hacia la muerte. Dotar de sentido a esta sentencia, constituye una tarea que no parece que deba tomarse superficialmente.

Conviene que los padres cristianos desterremos las imágenes postizas sobre la muerte y que presentemos a nuestros hijos, de acuerdo con su edad, el único acontecimiento seguro que va a suceder en su vida. Muchos padres, de buena fe, prefieren obviar este tipo de conversaciones con sus hijos como si, por no mentarles lo inevitable, eso mismo no fuera a suceder.

Pero para los cristianos, la muerte y la resurrección es todo lo contrario a lo que se nos presenta habitualmente en las pantallas. Si contemplamos la vida de los santos, el hecho de morir no es algo trágico, oscuro, aterrador o sin sentido. Dejemos que sean ellos, los santos, quienes expliquen a nuestros hijos que morir es una ganancia porque esto significará que estaremos con Cristo para siempre (Flp 1, 21). San Francisco, con naturalidad, les invitará a tratar a la muerte como a su propia hermana; el mismo S. Juan les hará imaginar un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap. 21,1). Y Santa Teresa de Jesús, en fin, les confesará que aceptó de buen grado la muerte porque quería ver a Dios y para verlo era necesario morir.

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