Ya es verano. Todo el mundo haciendo planes: playa, montaña, amigos, familia, agua, sol… vacaciones!
Me gusta el verano y la gente que se le ve contenta. Quiero irme yo también, pero me queda un resquemor dentro de mí: los que no tienen la oportunidad de vivir de otra forma estos meses: familias pobres que no han podido ahorrar para “salir”. Personas de la calle que ahí están invierno y verano contemplando el horizonte que parece no está hecho para ellos y tienen que mirar de nuevo al bendito Ebro. Niños que sus padres no pueden sacarlos unos días. Inmigrantes que veranean en pateras arruinados por sus mafiosos transportistas; enfermos atados a un gotero día y noche. Trabajadores sin vacaciones…
Claro, tiene que haber de todo, pero un cristiano aparte de contemplar a Dios en la naturaleza y las bellezas del mundo, tiene que, también en verano, volverse a sus hermanos, o no será cristiano en verano!
Me da mucho que pensar.
Yo, por si acaso, he decidido acompañar a los presos: cuando salen desorientados, cuando están solos dentro de la cárcel, cuando oran los sábados y domingos.. Sí, iré y oraré con ellos en la Eucaristía.
Que hermosa es la Eucaristía en las cárceles: oramos con ellos y por ellos, por sus hijos, sus familias, sus sueños, sus errores, su día a día.
A veces rezamos el Padre nuestro cogidos de la mano: esos hombres y mujeres que han tenido unas vidas difíciles unos, disolutas otros, erróneas, fatales todos, pueden decir juntos: Padre nuestro. Perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos.
Y yo aprendo a perdonar porque si conozco sus delitos, me cuesta a veces, me cuesta mucho, pero Jesús repite. Amad como yo os he amado.
Sí, eso haré este verano: me dedicaré a perdonar.