Carta del Arzobispo de Zaragoza: Día del Seminario

Carlos Escribano Subías
14 de marzo de 2025

El mes de marzo, cerca de la Solemnidad de San José, la Iglesia celebra el día del Seminario. El lema elegido este año es: “sembradores de esperanza”. Todos, como asamblea de llamados, damos gracias a Dios por el don de nuestra vocación a un estado de vida concreto (laicos, matrimonios, sacerdotes y consagrados), que surge del don del bautismo. A la vez, nos sentimos llamados a ser promotores de todas las vocaciones. En esta jornada todo el Pueblo de Dios da gracias por el don del sacerdocio ministerial y expresa su apoyo al seminario diocesano y a los seminaristas que allí están discerniendo su vocación, dando gracias por su sí. Y pide al Dueño de la mies, que siga enviando trabajadores a su mies. 

Todo el pueblo de Dios está llamado a ser sembrador de esperanza. De un modo singular, todos los que han recibido la vocación al sacerdocio: sacerdotes, diáconos y seminaristas, pues la misma vocación es fuente de esperanza. La vocación consiste en descubrirse en fidelidad a Dios en quien se puede confiar con firme esperanza. Esperanza que surge de su amor. Él, que es Padre, vuelca en nuestro yo más profundo su amor, mediante el Espíritu Santo (cf. Rm 5,5). Y este amor, que se ha manifestado plenamente en Jesucristo, interpela a nuestra existencia, pide una respuesta sobre aquello que cada uno quiere hacer de su propia vida, sobre cuánto está dispuesto a empeñarse para realizarla plenamente, sobre su entrega personal. El amor de Dios sigue, en ocasiones, caminos impensables, pero alcanza siempre a aquellos que se dejan encontrar. La esperanza se alimenta, por tanto, de esta certeza: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4,16). Y este amor exigente, profundo, que va más allá de lo superficial, nos alienta, nos hace esperar en el camino de la vida y en el futuro, nos hace tener confianza en nosotros mismos, en la historia y en los demás. Esa es la experiencia de muchos de nosotros, pero estoy convencido que también de nuestros seminaristas. 

Las vocaciones sacerdotales nacen de la experiencia del encuentro personal con Cristo, del diálogo sincero y confiado con él, para entrar en su voluntad. Es necesario, pues, crecer en la experiencia de fe, entendida como relación profunda con Jesús, como escucha interior de su voz, que resuena dentro de nosotros y que nos lleva a formular la pregunta fundamental: ¿Para quién soy yo? Este itinerario, que hace capaz de acoger la llamada de Dios y de dar una respuesta sincera y valiente, tiene lugar dentro de las comunidades cristianas vivas que experimentan un intenso clima de fe, un generoso testimonio de adhesión al Evangelio, una pasión misionera que induce al don total de sí mismo por el Reino de Dios, un servicio comprometido y preferencial a los más pobres. Todo ello alimentado por la participación en los sacramentos, en particular la Eucaristía, y por una intensa vida de oración.

En el día del Seminario de este año, damos gracias en nuestra diócesis por los cuatro seminaristas que serán ordenados diáconos pronto: David, Luis, Giovany e Ignacio. Un gran regalo para nuestra Iglesia diocesana. Os pido que recéis por ellos y por todos nuestros seminaristas y por todos los jóvenes que en este momento están ante el Señor, discerniendo su vocación. Pedimos a San José que siga bendiciendo nuestro seminario y animando muchos procesos vocacionales.  

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