«Maestro, enséñanos a orar»
El tiempo de Cuaresma: Intimidad con el Padre
La Cuaresma nos remite a los cuarenta días en que Jesucristo, impulsado por el Espíritu, se retiró al desierto tras su bautismo por Juan. Esta soledad no es aislamiento, sino comunión profunda con el Padre. Así se nos revela la oración: un diálogo filial y amoroso con Dios.
La escuela de oración de Jesús
Los discípulos, admirados por la forma en que Jesús oraba, le pidieron: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). La oración de Jesús era única, marcada por una intimidad singular con el Padre. Tanto en soledad (cf. Mc 6,46; Mt 14,23) como acompañado (cf. Lc 9,28; 22,41), Jesús se apartaba para orar, especialmente antes de decisiones importantes. A través del Padrenuestro, nos enseña a dirigirnos al Padre desde el corazón, con confianza y sencillez.
La oración cristiana no consiste en muchas palabras, sino en la disposición interior. Como afirmaba San Francisco de Sales: «Un solo Padrenuestro rezado con atención, vale más que muchos rezados veloz y apresuradamente». Orar es entrar en el silencio donde Dios habla, distinguiendo entre rezo rutinario y oración auténtica.
Oración como estado de amor
La oración no es solo un acto puntual, sino un estado continuo del corazón. Aunque no podamos rezar con palabras constantemente, sí podemos vivir en oración, atentos a la voz de Dios en lo cotidiano. Santa Teresa de Jesús lo expresa así: «Orar es tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama».
Orar es amar. Santa Teresa de Lisieux la describe como «un impulso del corazón, una sencilla mirada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor». La oración también es entrega, como enseñaba Fernando Rielo: «Es elevar mi alma, en medio de todas las cosas, a Cristo».
La oración auténtica transforma el corazón. El Papa Francisco nos recuerda: «El mejor modo de discernir si nuestro camino de oración es auténtico será mirar en qué medida nuestra vida se va transformando a la luz de la misericordia» (Gaudete et exsultate, 105).
Ayuno, inseparable de la Cuaresma
El ayuno es una práctica esencial de la Cuaresma, junto con la oración y la caridad. La Iglesia nos invita a ayunar el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, así como a abstenernos de carne todos los viernes. Más allá de la privación física, el ayuno es un camino hacia Dios y hacia los hermanos. Jesús mismo nos enseña que el verdadero alimento es hacer la voluntad del Padre (cf. Jn 4,34).
San Juan Pablo II afirmaba que el ayuno ayuda a vencer el egoísmo y abre el corazón a Dios y al prójimo. El Papa Francisco añade que el ayuno, vivido con sencillez, «lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que encuentran en Él su cumplimiento» (Fratelli tutti, 93).
Preparémonos para la Pascua
La Cuaresma es un tiempo propicio para renovar nuestra vida espiritual. Preparemos nuestro corazón con oración, ayuno y caridad. Alimentémonos con la Palabra de Dios, los sacramentos y la lectura espiritual. A través de la oración personal y comunitaria, dejemos que el Espíritu nos conduzca a una conversión profunda, para celebrar con alegría la Pascua del Señor.
«Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 42,3). Que esta sed nos impulse a buscarle con corazón sincero, reconociendo en Él la única fuente capaz de saciar nuestra vida.