Una Fiesta del Espíritu: testimonio de Clara Arteaga, participante en el Congreso de Vocaciones

Miguel Barluenga
10 de febrero de 2025

“Estamos llamados a transmitir el fuego vocacional”. Es el envío final que se lanzó en la ponencia que sirvió de clausura para el Congreso Nacional de Vocaciones que durante este fin de semana se ha celebrado en Madrid, ante los cerca de 3.000 delegados llegados de diócesis, congregaciones y movimientos.

Del 7 al 9 de febrero, el Madrid Arena se convirtió en el epicentro de una experiencia única y transformadora: el Congreso de Vocaciones. Tres días intensos, llenos de vida, preguntas, testimonios y celebraciones. Tres días en los que unos 3.000 participantes nos unimos en un mismo sentir: buscar respuestas, reafirmar nuestra fe y recordar que la vocación no es solo un camino personal, sino un mensaje de alegría para la Iglesia y el mundo.

Formé parte de un grupo de 14 personas, una pequeña comunidad dentro de aquella gran familia reunida en Madrid. Entre nosotros, el administrador apostólico, son Vicente, sacerdotes de la diócesis, profesores de religión, un matrimonio, una religiosa y varios jóvenes. Era un grupo diverso, con historias y vocaciones distintas, pero con un mismo anhelo: descubrir y compartir la llamada que Dios pone en nuestras vidas.

Desde el primer momento, el ambiente nos envolvió. No era un simple evento, sino una auténtica fiesta del Espíritu. Lo vivimos en cada ponencia y testimonio, donde personas de distintas realidades nos hablaron con valentía sobre su vocación. Historias de entrega, de lucha, de fidelidad a Dios en medio de un mundo que a menudo parece ir en otra dirección. Escuchamos a sacerdotes, religiosos, matrimonios, jóvenes… Todos con algo en común: la certeza de que seguir a Cristo no es una renuncia triste, sino una plenitud que llena el alma.

Más allá de las palabras, lo más impactante fue la experiencia de comunidad. En la Eucaristía, en la oración compartida, en los talleres y en los momentos más festivos, sentíamos que la Iglesia es un hogar, que no caminamos solos. En un tiempo en el que ser cristiano a veces parece ir contracorriente, esta experiencia nos recordó que merece la pena. Que hay otros jóvenes, familias, sacerdotes y consagrados que también buscan, que también luchan, que también creen.

El lema del encuentro, «¿Para quién soy?», resonó en cada rincón del congreso. No es una pregunta que se agote en un fin de semana, sino que nos seguirá interpelando mucho más allá de la clausura. Nos invita a mirar nuestra vida desde la entrega, desde la misión. Como nos recuerda el Papa Francisco: «Soy una misión en esta tierra, y por eso estoy en este mundo» (EG 273).

Como joven, siento que este congreso ha sido un regalo. Ha sido un soplo de aire fresco, una confirmación de que Dios sigue llamando, de que la Iglesia sigue viva y de que merece la pena seguirle. No estamos solos. Hay quienes nos preceden en el camino y quienes nos acompañan en él. La vocación no es solo una elección personal, sino un don que se comparte, que se vive en comunidad, que transforma el mundo.

Vuelvo a casa con el corazón lleno, con preguntas que todavía necesitan respuesta, pero con una certeza: Dios nos llama a ser luz, a ser entrega, a ser misión. Y aunque el congreso haya terminado, el verdadero desafío comienza ahora: vivir cada día respondiendo con valentía a la pregunta que nos ha marcado estos días: ¿Para quién soy?

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