Rosalba Manes. Profesora de Teología Bíblica en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma
ESPERAR EN LA PALABRA QUE NO DEFRAUDA (SAL 119,74)
El Sal 119 (según la tradición hebrea) o 118 (según la tradición greco-latina) es único en su género: un acróstico alfabético de 176 versículos, construido según el alfabeto hebreo, compuesto por 22 letras. Cada estrofa corresponde a una letra de ese alfabeto y con tal letra comienza la primera palabra de los 8 versículos de la estrofa. El tema central de este Salmo es la Torá del Señor, entendida como «enseñanza», «mandato», «promesa», como “señales” para una vida exitosa y plena. La Torá es revelación, es Palabra de Dios que llama al corazón humano y desea una respuesta, que invoca una escucha que se convierte en obediencia confiada y creativa, en amor dinámico y generoso. Por tanto, el Sal 119 celebra la vivacidad, la belleza, la fuerza consoladora y la potencia salvadora de la Palabra de Dios, que es el secreto de una existencia feliz y la puerta de entrada a la auténtica bienaventuranza. El Salmista considera la Palabra de Dios «el gozo del corazón» (v. 111) y su «herencia» (vv. 57.111). Por eso espera en esta Palabra (v. 74). Esta Palabra, que es verdad y mandato, representa también una promesa, la promesa de la eterna presencia a nuestro lado del Eterno Yo-contigo. Por eso la Palabra del Señor es creída (v. 42), amada (v. 97) y exige esperanza (v. 74), esa esperanza que «no defrauda» (Rm 5,5), porque cada palabra del Señor está destinada a cumplirse con certeza. Por este motivo, el año jubilar puede ser un tiempo propicio para redescubrir el poder terapéutico y liberador de los Salmos y del Salterio en la celebración de la Liturgia de las Horas. (SAL 119,74)
LECTIO DIVINA EN DIÁLOGO CON DIOS
Los Salmos son testimonio del deseo humano de hablar interceptando a un Tú fuertemente disponible para recoger desahogos, lágrimas, decepciones, descarrilamientos existenciales: el Dios Creador, Libertador, Providencia, en pocas palabras, el Eterno Yo-contigo. El conjunto de los Salmos (Sefer tehillim para nuestros hermanos hebreos y Salterio para nosotros los cristianos) atestigua la sed de lo eterno que habita en el corazón humano y que lo empuja a narrar y confiar a Dios todo lo que vive. El hombre se vuelve a Dios no porque esté obligado por un deber, sino porque lo desea libre y fuertemente. Este anhelo surge de su libertad y de su voluntad de relacionarse con Dios, seguro de su deseo de dejarse encontrar. Los Salmos, incluidos entre los Libros Sapienciales del Antiguo Testamento, documentan la confianza especial entre el hombre y el Dios que «tiene oídos y escucha, que tiene boca y habla», a diferencia de los ídolos de las naciones (cf. Sal 115,5-6); 135,16-17). La protagonista de esta colección es la oración, experiencia de profunda intimidad con Dios. La colección de los Salmos nos atestigua cómo la palabra humana, transfigurada por el contacto con el oído de Dios que la acoge, se ha convertido en verdadera palabra de Dios.
DIVERSAS OCASIONES PARA HABLARCON DIOS
El ser humano recurre a Dios en cada situación de la vida para cuestionarlo y reprocharle que no esté presente en su vida como él esperaría; hacerlo partícipe de sus descubrimientos, de sus éxitos y de todo lo que le sucede, ya sea un acontecimiento feliz o una experiencia dolorosa; pedirle ayuda, después de haber experimentado que nadie más puede socorrerlo; expresar su gratitud por el sello de belleza que ve en la creación; contemplar la intervención gratuita e incisiva de Dios en la propia historia personal y su capacidad de convertirlo todo en bien, incluso el mal.
LOS SALMOS, O BIEN, LA HISTORIA DE ISRAEL EN POESÍA Y ORACIÓN
En los Salmos encontramos himnos de alabanza y acción de gracias; lamentos o súplicas que surgen de la situación de sufrimiento del orante individual o de toda la comunidad de Israel; meditaciones sobre la historia de la salvación; reflexiones de sabiduría sobre el don de la Palabra y la calidad de la acción humana; peticiones de perdón, liberación, curación; invocaciones de ayuda o venganza contra los enemigos. Tomando del imaginario colectivo y de los símbolos que caracterizan la poesía de cada tiempo, se puede afirmar que los Salmos son la expresión del alma religiosa de Israel traducida en poesía y oración, fueron la oración de Jesús y son la oración de los discípulos y las discípulas de todos los tiempos, son la columna vertebral de la liturgia de las horas en la Iglesia católica, inspiran las antífonas y muchos cantos litúrgicos. Leen líricamente todas las etapas de la historia de la alianza: la promesa, el éxodo, el don de la ley, la entrada en la tierra prometida, la liturgia en el templo de Jerusalén, las celebraciones de las grandes fiestas y peregrinaciones, la entronización de los reyes, la humillación del exilio y la alegría del regreso. También hay algunos Salmos, compuestos para celebrar la figura del rey davídico, que luego se convirtieron, para el pueblo de Israel, en celebraciones de esperanza en el Mesías prometido y esperado.
UN LIBRO INFLUYENTE DE ORIGEN MUSICAL
Hay ciento cincuenta Salmos y son estimados por la tradición religiosa de Israel como las oraciones por excelencia, como lo indica el término tehillim («oraciones») en la Biblia hebrea. La versión griega antigua de la Septuaginta (LXX) llama a estas composiciones psalmoi y psalterion, de donde derivan los términos en español «salmos» y «salterio». La palabra «salmo» con toda probabilidad está relacionada con un instrumento de cuerdas utilizado para guiar las oraciones de la asamblea con música. La verdad celebrada en los Salmos es la certeza de la fidelidad de Dios música. Las melodías originales, utilizadas en la liturgia del templo de Jerusalén, sin embargo, se han perdido.
¡TÚ ESTÁS CONMIGO!
La verdad celebrada en los Salmos es la certeza de la fidelidad de Dios. En Sal 33,4 «fidelidad» es el nombre del actuar de Dios. Esta fidelidad está ligada al hecho de que el amor de Dios está siempre “al acecho” en la vida del hombre. Dios es una presencia amorosa que permanece así incluso cuando el hombre lo percibe lejano. Esto se ve claramente en el Sal 23, el Salmo del Pastor: incluso si el hombre pasa por el valle de sombra de muerte, siente surgir en su corazón esta profesión de fe: «No temo mal alguno, porque tú estás conmigo» (Sal 23,4).
LA ATMÓSFERA DE LA CONFIANZA
Muchos salmos están impregnados de confianza, como expresión vital de la experiencia religiosa y dinámica de las relaciones interpersonales, y se llaman salmos de confianza porque contienen verbos como «refugiarse», «confiar», «esperar». Pero la confianza es la “atmósfera” de todos los Salmos porque la base de estas composiciones es la convicción de que la confianza en Dios hace palidecer cualquier otra certeza y apoyo. El orante que ha experimentado desilusión en los caminos de la autosalvación y en la confianza en los medios y apoyos humanos, al «alzar los ojos a los montes» (cf. Sal 121,1), ha descubierto el ancla de la confianza. Esta confianza no pertenece sólo al individuo, sino que también se expresa en el grupo, como en Sal 22,27, donde se habla de los «pobres o pequeños del Señor» (‘?n?wîm), un movimiento nacido en el siglo V a.C. en torno al ideal de fidelidad al Señor y a su Torá (Ley) y que, al entrar en conflicto con las clases altas, prefirieron la confianza en el Señor. Una corriente que espera incluirnos también a nosotros, si estamos dispuestos a decir con fe, esperanza y amor: «Los que te temen se alegrarán cuando me vean, porque espero en tu palabra» (Sal 119,74).