En la intención de oración para el mes de enero, Francisco nos ha pedido a los católicos, defender y orar por el derecho a la educación de niños y jóvenes. El Papa hace una alarmante afirmación hablando de “catástrofe educativa mundial”, sobre todo en relación a los desplazamientos de seres humanos y a las guerras, que impiden a los niños puedan ser educados adecuadamente.
La Constitución española, en su artículo 27, estipula que todos los ciudadanos tienen derecho a la educación; pero este derecho no es solamente aprender a leer y escribir para que los ciudadanos no se sumen a la lista de analfabetos. El derecho a la educación es algo más, no es solamente un crecimiento en sabiduría, sino también un crecimiento físico y sobre todo un crecimiento también en la espiritualidad; por eso nuestra Constitución, en el mismo artículo, añade el derecho que los padres tienen a que sus hijos sean educados de acuerdo con sus propias convicciones religiosas y morales. Es evidente que no puede haber una contradicción entre lo que el niño oye en la familia y lo que el niño escucha en la escuela; ambos ámbitos tienen que estar en la misma sintonía para que el niño y el joven sean educados correctamente. En el pasaje evangélico de Jesús perdido y hallado en el templo el evangelista termina con una interesante conclusión: “El niño iba creciendo en sabiduría , estatura y gracia ante los ojos de Dios y de los hombres”. Esta es la triple dimensión del derecho de la educación: Que nuestros niños y jóvenes puedan ser educados de forma integral, en todas las dimensiones que corresponden a un hombre correctamente formado.
Una reflexión más me parece de suma importancia: Es cierto que en los países poco desarrollados la Iglesia hace una gran labor llevando la educación primaria esencial hasta los poblados más remotos, enseñando a niños y niñas a leer y escribir, para que ellos mismos puedan salir de la pobreza en la que viven, y puedan permitir que su país también alcance un desarrollo, como el que tiene merecido. Pero, a veces, olvidamos que la Iglesia también en el primer mundo, desarrolla una gran labor educativa al permitir que a través de la clase de religión y de los colegios cercanos a la Iglesia, se eduque a nuestros niños y jóvenes en el sentido crítico a la sociedad; es decir, que aprendan a aprender, que aprendan a responsabilizarse de sus actos, que aprendan a ver la realidad con unos ojos nuevos, y que cuestionen esa realidad, para que puedan construir un mundo mejor, al que son llamados, no solamente como cristianos sino también como ciudadanos responsables.