El padrón es una realidad que está presente en las sociedades humanas casi desde el principio de los tiempos. Utilizado para diversos fines: conocer la cantidad total de población de un lugar, los domicilios de personas concretas, medio que ayuda para la recaudación de impuestos o, mecanismo para saber dónde se encuentran algunas personas que la autoridad competente necesitar ubicar, en el espacio geográfico donde nos movemos.
Hace más de dos mil años, ya aparecía en un libro sagrado, la referencia al padrón y al derecho de empadronamiento:
«Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta».
Se supone que José y María, que estaban viviendo en una región diferente (Galilea), dentro de Palestina, pudieron empadronarse en Belén (Judea). Pero, a ciencia cierta, no sabemos acerca de las dificultades que tendrían, las explicaciones que tuvieron que dar porque no estaban viviendo en el lugar de donde procedía José, qué documentación se les requeriría para poder empadronarse o si José, tuvo que pagar algún dinero o presentar algún documento, testigo o carta que acreditase su linaje, para poder empadronarse en la ciudad de David.
Alguno podría pensar que estamos haciendo “Biblia ficción”, pero nada más lejos de la realidad. Hoy, veintiún siglos después, seguimos en las mismas con el problema del derecho a empadronarse de cualquier ciudadano o persona en el lugar donde está residiendo.
Nadie, pone en cuestión los avances que hemos experimentado en el campo tecnológico y de las comunicaciones en los últimos años. Estos nos han ayudado a mejorar nuestra calidad de vida, a tener más fácil la comunicación entre personas que viven o trabajan a miles de kilómetros de distancia y a hacer, nuestra vida, más fácil y segura. Pero, casi siempre, hay un pero…
«una solidaridad adecuada a la era de la globalización requiere la defensa de los derechos humanos. (…) Somos testigos del incremento de una preocupante divergencia entre una serie de nuevos «derechos» promovidos en las sociedades tecnológicamente avanzadas y derechos humanos elementales que todavía no son respetados en situaciones de subdesarrollo: pienso, por ejemplo, en el derecho a la alimentación, al agua potable, a la vivienda…».
El empadronamiento hoy, no es un simple trámite: rápido, sencillo, “on line” y gratuito, que está al alcance de cualquier ciudadano que vive en un pueblo o ciudad. ¡Ojalá lo fuera! Pero no es así para todos los vecinos de una misma localidad.
Lamentablemente, para nuestros vecinos que viven entre nosotros, en situación irregular, este derecho a vivir empadronados y beneficiarse de las ayudas sociales que se derivan del mismo, son una quimera. Y, en no pocas ocasiones, muchos han de pagar una cantidad de dinero que acaba por conducirles a la explotación y a diferentes formas de abuso que, en principio, todos dentro de una sociedad democrática como en la que vivimos, deberíamos condenar y erradicar.
En la ciudad de Zaragoza, hay mafias formadas por personas provenientes de otros países, pero, también, por personas originarias de nuestra ciudad, que se dedican a explotar a las personas migradas y refugiadas, con poco tiempo de estancia entre nosotros y que necesitan estar empadronadas, para ser reconocidas como personas con toda su dignidad. Esa vida digna se traduce en: asistencia sanitaria universal para todo ser humano, asesoramiento legal para regularizar su situación jurídica en nuestra sociedad, ayuda para encontrar una vivienda y un trabajo, donde poder reiniciar su vida; dejando atrás una historia marcada por el dolor, el sufrimiento y el duelo migratorio, que nunca podrá ser superado, por mucho que el tiempo y la distancia sean vectores que nos pueden llevar a pensar lo contrario.
¿Qué hubiera ocurrido si les hubieran denegado a José y a María el derecho de empadronamiento en Belén? Nos habríamos quedado sin Navidad, al no cumplirse la promesa divina de que el Mesías habría de nacer en la ciudad de Belén. O, quizás, hubieran tenido que buscar alojamiento en la ciudad de Gaza y la historia hubiera tenido un desarrollo completamente distinto a lo que aprendimos y vivimos hoy en la actualidad…Sólo Dios sabe, pero lo que sí sabemos nosotros, es que muchas personas, en nuestra ciudad o pueblo, van a vivir una Nochebuena con el miedo, el temor y la nostalgia golpeando fuerte dentro de sus corazones, con la maleta preparada por si han de abandonar esa habitación realquilada por la que pagan entre 400 y 450 € al mes, sin saber si el mes que viene “el casero” me va a mantener en el padrón de su casa o me va a desempadronar por otro hermano migrante que ha pagado más que yo, pensando que así se está garantizando una vida mejor y más digna entre nosotros.
Cerrar los ojos y el corazón, por parte de las administraciones públicas, las entidades y los ciudadanos, solamente nos va a conducir a seguir incrementando las diferencias entre las rentas económicas más altas y las más bajas. La falta de vivienda y, por ende, el derecho a estar empadronados como ciudadanos en una localidad, es el factor que más arrastra a la exclusión social en nuestro país.
Que no neguemos este derecho a existir (el empadronamiento) y a ser vecinos nuestros, a quienes hoy viven desde la vulnerabilidad, desde el sentirse en un lugar desconocido, por el hecho de haber tenido que abandonar sus casas a consecuencia de la violencia, la falta de justicia, la ausencia de trabajo o de condiciones para una vida digna.