Estamos en los albores de la Navidad y del inicio del Jubileo 2025, que comenzará en Roma en la tarde del 24 de diciembre y de su inauguración en las diócesis el próximo día 29. En Navidad, la belleza del gran acontecimiento de Jesús que nace en Belén nos llega al corazón: una belleza que es esplendor de la verdad. Dios se hace niño, para que podamos amarlo, para que nos atrevamos a amarlo, y, como niño, se pone confiadamente en nuestras manos. Dice algo así: Sé que mi esplendor te asusta, que ante mi grandeza tratas de afianzarte tú mismo. Pues bien, vengo por tanto a ti como niño, para que puedas acogerme y amarme.
Acogerle, amarle y llevarle a los demás, se convierte en un signo de esperanza para el mundo, que especialmente en esta Navidad tenemos que valorar. Ese reto de acoger al Señor que nace y que se convierte en signo de esperanza, se pone a prueba con las palabras que escuchamos en el mismo Evangelio y que sabemos de memoria: no había sitio para ellos en la posada. Surge inevitablemente la pregunta sobre qué pasaría si María y José llamaran a mi puerta. ¿Habría lugar para ellos? ¿Tenemos un puesto para Dios cuando él trata de entrar en nosotros? ¿Tenemos tiempo y espacio para Él? ¿No es precisamente a Dios mismo al que rechazamos? Y así se comienza porque no tenemos tiempo para Dios. Cuanto más rápidamente nos movemos, cuanto más eficaces son los medios que nos permiten ahorrar tiempo, menos tiempo nos queda disponible. ¿Y Dios? Lo que se refiere a Él, nunca parece urgente. Nuestro tiempo ya está completamente ocupado.
Pero la cuestión va todavía más a fondo: ¿tiene Dios realmente un lugar en nuestro pensamiento? Da la sensación de que en muchas ocasiones, estamos completamente «llenos» de nosotros mismos, de modo que ya no queda espacio alguno para Dios. Eso tiene una dramática consecuencia: si no tengo espacio para Dios, tampoco queda espacio para los otros, para los pequeños, los pobres, los extranjeros. Lo que tendría que ser un manantial de esperanza para muchos, de algún modo, queda desvirtuado.
La conversión que necesitamos debe llegar verdaderamente hasta las profundidades de nuestra relación con la realidad. Os animo en esta Navidad a estar vigilantes ante Su presencia, para que oigamos cómo Él llama, de manera callada pero insistente, a la puerta de nuestro ser y de nuestro querer. Que importante es crear en nuestro interior un espacio para Él. De este modo, podremos reconocerlo también en aquellos a través de los cuales se dirige a nosotros: en los que sufren, en los abandonados, los marginados y los pobres de este mundo. Abriendo nuestro corazón a Dios y a los demás, viviremos llevando la esperanza a muchos corazones. Estaremos comportándonos en este arranque del año jubilar, como auténticos “generadores de esperanza”.
Estamos casi en Navidad. Comienza el Jubileo de 2025. Pidamos el don de acoger el Señor para convertirnos en auténticos peregrinos de esperanza como nos pide el Papa.