Opinión

Bernardino Lumbreras

El corazón de los concertados

29 de mayo de 2018

La Iglesia Católica tiene una larga trayectoria de interés por el mundo de la cultura y, en especial, por la educación de las personas. En este sentido podemos recordar la aportación singular de los monasterios medievales en la preservación de la aportación cultural clásica; más recientemente es obligado mencionar las nuevas ideas de muchos católicos que revolucionaron el mundo de la educación. Fue a un santo aragonés (San José de Calasanz) el primero al que se ocurrió la idea de plantear la enseñanza gratuita, como un medio de suavizar las diferencias sociales existentes en el siglo XVI. Fue un santo italiano del siglo XIX (San Juan Bosco) el primero que tuvo la genialidad de iniciar la Formación Profesional, para evitar el abuso que algunos empresarios hacían de los aprendices en sus talleres. Fue un santo andaluz (San Pedro Poveda) el que fundó la Institución Teresiana, dedicada fundamentalmente a la educación de las niñas y las jóvenes, para intentar eliminar la desigualdad que podía observar en la sociedad española de principios del siglo XX.

Debemos agradecerles el empeño que pusieron en ello y la generosidad que mostraron cuando, el Estado español decidió, por fin, garantizar una educación gratuita y para todos

Este interés mantenido a lo largo de los siglos, se tradujo en una gran cantidad de órdenes religiosas que realizaban una labor de suplencia que debería ser objeto del Estado, garante de los derechos de los ciudadanos. Son muchas las religiosas y los religiosos que a lo largo de estos siglos han dejado su alma y su vida, para intentar que los niños y niñas más necesitados tuvieran una educación de calidad para poder salir de la pobreza, a la que estaban condenados. Debemos agradecerles el empeño que pusieron en ello y la generosidad que mostraron cuando, el Estado español decidió, por fin, garantizar una educación gratuita y para todos.

La generosidad de los religiosos de la enseñanza de España fue clave cuando, tras la promulgación de la Constitución de 1978, el mismo Estado reconocía que no tenía la infraestructura necesaria y que no podía dar a todos los españoles lo que pedía el artículo 22: “Todos tienen derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza”. La generosidad se prolongó con la firma de los conciertos mediante los cuales, los colegios de la Iglesia, aceptaban ser sufragados por el Estado, a cambio de mantener su finalidad fundamental: educar a las niñas y a los niños en el pleno desarrollo de su personalidad, lo cual incluye los aspectos de trascendencia y espiritualidad. Nacieron para corregir desigualdades y querían seguir en ese camino.

Los colegios de la Iglesia deben luchar por mantener su ideario para hacer honor a sus fundadores, para proponer un mensaje positivo para la sociedad y para cumplir el mandato constitucional sobre la libertad de enseñanza

Poco a poco, el Estado ha ido construyendo nuevos colegios; la natalidad ha bajado y se necesitan menos plazas escolares; las vocaciones religiosas han disminuido, pero los colegios siguen empeñados en su labor. Los colegios concertados buscan un profesorado que se ajuste al perfil cristiano, porque el cristianismo ha contribuido mucho a que la sociedad europea sea lo que es; porque el cristianismo ha hecho mucho por el mundo de la educación; porque el cristianismo es bueno para todos. Los colegios de la Iglesia deben luchar por mantener su ideario para hacer honor a sus fundadores, para proponer un mensaje positivo para la sociedad y para cumplir el mandato constitucional sobre la libertad de enseñanza.

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