Este mes de mayo será recordado por dos noticias terribles que han acontecido casi de manera simultánea:
En España, el Congreso de los Diputados aprobó la proposición de ley del Parlamento de Cataluña que pedía una reforma del Código Penal para despenalizar la eutanasia y la ayuda al suicidio. Esta iniciativa, se convertía, de facto, en el primero de los trámites para preparar un próximo debate sobre la despenalización y regulación de la eutanasia.
Por otra parte, en Irlanda, el «sí» a la despenalización del aborto, no solo ha ganado sobre el «no» en un país profundamente católico, sino que se ha impuesto con una sorprendente holgura.
El contenido de la profética novela “Señor del Mundo” de R.H. Benson, tantas veces recomendada por el Papa Francisco, se está verificando ante nuestros ojos. La trama de esta ficción se ha convertido en una exacta descripción de cuanto está sucediendo en un mundo que discurre un siglo después de cuando dicha obra fue escrita. El argumento del libro describe un mundo imaginario en el que el humanismo separado de Dios y el secularismo han sometido a la moral y la religión tradicionales. El relativismo ha triunfado y la verdad objetiva ha quedado subyugada en nombre de la tolerancia. Es un mundo donde la eutanasia se practica pródigamente.
Como ocurrió con la introducción del aborto en España, la eutanasia viene acompañada de su propio vocablo de carácter amable, “muerte digna” y sus valedores recurren a los supuestos más trágicos para manipular emotivamente a la opinión pública haciéndola “sentir” en vez de “pensar”. Una vez que se cuela esta muerte “compasiva”, se termina por aplicarla, no solo a los casos terminales sino a cualquiera que así lo desee, por adolecer de alguna discapacidad o, simplemente, por la libre decisión del paciente de no querer seguir viviendo.
Aborto y eutanasia son dos ramas de un mismo árbol; de ese árbol plantado en medio del jardín del que Dios dijo que no comiéramos y que ni siquiera lo tocáramos. Defender el asesinato de niños no nacidos o de personas que desean que se acabe con su vida, solo es explicable por el rechazo de la cruz por esta generación; por el escándalo frente a ese otro árbol en el que Cristo fue inmolado para nuestra salvación y del que nos nutrimos, nos deleitamos y en cuyas raíces crecemos. Avergonzarse de la cruz es quedarse desnortado y navegar con nuestra embarcación por aguas turbulentas sin saber el rumbo que debemos seguir para evitar un temible naufragio.