Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Oración y vida. Vida y oración

20 de noviembre de 2024

La misión de la Iglesia es evangelizar. “Ella existe para evangelizar”

“Con gran gozo y consuelo hemos escuchado Nos, al final de la Asamblea de octubre de 1974, estas palabras luminosas: «Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia»; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa”. (San Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 14),

Vida y oración. Oración y vida. Sin separar. Las dos en el mismo plano. Alimento y vida. Sin posponerlas en el orden ideológico de cada cristiano. Al mismo nivel las dos. Alimento -oración- para la vida. Y vida alimentada por la oración. Ya nos lo advirtió Santiago: “La fe, si no tiene obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: ‘Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe” (2,17-18).

 

Por eso, “La transmisión de la fe se vería en peligro si hay una liturgia esplendorosa, pero que se revela como pompa y circunstancias al celebrarse sin amor comunitario ni servicio a los pobres, y, de la misma manera, si un hiperdesarrollo de la caridad minusvalora la celebración litúrgica, convertida en un rito chabacano y superficial carente de belleza evangélica y de misterio”.[1]

No sé si puede decir mejor, pero más claro, no.

A los dos extremos (liturgia esplendorosa, pompa, sin servicio a los pobres y un hiperdesarrollo de la caridad con una celebración chabacana), creo que habría que añadir otro extremo: una celebración ritualista, inamovible, maniquea, sin vida, sujeta y esclava de formas rituales, olvidando incluso (¿pereza, comodidad?) las posibilidades que nos ofrece la oficial Ordenación General del Misal Romano.

U otro extremo igualmente imperfecto: convertir una celebración de la Iglesia en algo individualista, Dios y yo, no sentirse ni celebrar como un hermano más de una comunidad reunida en el Nombre del Señor; o el presidente de la celebración centrado en su vivencia personal y no vivir que está celebrando con y para el Pueblo Santo de Dios reunido para dar gloria a Dios, escuchar su Palabra, vivir la fraternidad y ser enviados para ser testigos de Cristo y trabajadores por un mundo mejor. Celebrar para hacer presente el Reino de Dios en el mundo, en actitud de servicio y entrega a todos; más cercanos y comprometidos con los descartados por la sociedad, con los autodescartados por su experiencia vital o rechazados por la familia.

Celebrar aceptando con el corazón que somos enviados. La celebración es el pórtico desde el que salimos para vivir y mostrar sencillamente nuestra fe en el Señor. Con la humilde y confiada verdad de que el Señor quiere servirse de nosotros para ser sus testigos en medio de nuestros ambientes familiares, amistosos, y en medio del mundo en el que vivimos cada uno de nosotros. Ahí comienza, en nuestro entorno, la aplicación concreta para cada uno de nosotros de que la Iglesia: “Ella existe para evangelizar”. Y en ella y con ella, cada uno de nosotros estamos llamados a evangelizar porque somos Iglesia. Y, si esa es la misión de la Iglesia, es la de cada uno de nosotros, que somos Iglesia. Sin licencia para no hacerlo. Porque somos Iglesia. No nos cansemos de decírnoslo, para ir siendo cada vez más conscientes de nuestra misión.

Hasta pronto. Gracias.

[1] La transmisión de la fe. Pedro Rodríguez Panizo. Rev. Sal Terrae, 112 (2024) 401.

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