Sin olvidarnos de los sufrimientos y destrucción de la DANA en Valencia y alrededores, sino teniéndola bien
presente en nuestro recuerdo, oración y solidaridad efectiva, real, concreta, nos permitimos hoy un paréntesis relajante, no alienante. Y lo he encontrado, sin buscarlo.
Me lo he encontrado en dos artistas de cine que pienso serán conocidos por muchos o por todos.
Bud Spencer (1929-2016, y Terence Hill (1939…) hicieron juntos 17 películas. No todas del Oeste, pero han sido éstas las que les han caracterizado en el mucho público que los seguía en sus películas. Quizás la más famosa sea: Le Llamaban Trinidad.
Bud y Terence gustaban y siguen gustando porque sus historias rebosan humanidad. Y todo el mundo se ríe a carcajadas. En sus películas nunca muere nadie.
Bud Spencer es la versión moderna del clásico forzudo todo músculos y barriga, el héroe intrépido y gentil que hace triunfar la justicia con sus maneras bruscas, pero no violentas. Es el gigante amable en el que todos confían, pero al que es mejor no contradecir. Gigante, encárgate tú…
Lo mismo puede decirse de Terence Hill. En las películas de la pareja, era el clásico personaje astuto y sagaz, menos rudo que su compañero, más guapo. Juntos, pocas palabras y muchos golpes y bofetadas para restablecer el orden. Eran tan buenos a la hora de pegar, esos dos, como para conseguir el máximo sin hacerle daño a nadie ni derramar una sola gota de sangre.
Terence Hill y Bud Spencer fueron dos actores legendarios que supieron regalar alegría con sus películas, creando una armonía única. La suya era una amistad verdadera, aunque discreta, como recuerda Maria Amato, la mujer de Carlo: «Entre ellos había comprensión, respeto mutuo, ausencia de envidia. Ambos eran creyentes y anteponían el valor de la familia a todo lo demás. No eran sólo compañeros». El cariño mutuo que siempre se expresaban era profundo y lleno de aprecio por la vida del otro, no por simple afinidad o simpatía, sino porque daban testimonio de esos valores que les pertenecían a ambos. Los dos gustaban y siguen gustando porque sus historias rebosan humanidad. Y todo el mundo se ríe a carcajadas.
El director de cine Ermanno Olmi, se declaró «convencido de que no sólo la cultura o la belleza salvarán al mundo, sino que podremos escapar al declive de la civilización si sabemos practicar el camino de la alegría«. Porque «una carcajada bella, refinada y sincera es también por derecho propio una obra de arte, que es buena para el espíritu, para la cultura y también para la salud».
La suya era una amistad verdadera, aunque discreta. Ambos eran creyentes y anteponían el valor de la familia a todo lo demás. No eran sólo compañeros. El cariño mutuo que siempre se expresaban era profundo y lleno de aprecio por la vida del otro. Este vínculo marcó sus vidas, en las que la fe desempeñó un papel importante: «He hecho muchas cosas», afirmó Bud, «pero sin Dios no habría hecho nada. Estoy muy agradecido al Cielo.La fe me hace falta. Creo en Dios, eso es lo que me salva. Y rezo. ¿Que por qué? Porque cada vez reconozco con más fuerza que lo que antes para mí tenía un gran valor, en realidad no es nada. El deporte, donde quería tener éxito, la popularidad. Los que se enorgullecen de estas cosas, los que sólo persiguen el éxito, la fama, son idiotas».
Lo mismo ocurre con Terence, que declaró: «Cuando pienso en mi carrera, digo: ‘Gracias, Dios‘». Este es otro punto en común de la pareja, en el que su creencia en Jesucristo los ha llevado a prescindir de las cosas del mundo. «Soy católico practicante», dijo Terence: «En el pasado, sobre todo cuando vivía en Estados Unidos, tomé decisiones profesionales que muchos consideraron una locura. Renuncié a mucho dinero, pero era feliz porque las madres me paraban por la calle y me decían: ‘Sigue así, al menos podemos llevar a nuestros hijos al cine sin miedo a sorpresas desagradables‘».
Esta es la razón por la que he escrito este relax: dos artistas de cine famosos declaran su fe cristiana, su confianza en Dios.
Gracias a Dios. Y a Bud y Terence. Y a todas personas que hacen reír.