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Lectio Divina: 20 de noviembre de 2024

Raúl Romero López
18 de noviembre de 2024

¡Muy bien, siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de diez ciudades.

1.- Oración introductoria.

Señor, hoy la parábola que nos trae el evangelio es una llamada a trabajar, a no ser ociosos, a no ser una carga para los demás, a no vivir del cuento, a no ser un parásito para la sociedad. San Pablo lo diría más claro: “El que no quiere trabajar no tiene derecho a comer”. Pero también nos llama a ser responsables, a aprovechar el tiempo, a prepararnos para presentarnos ante el Señor con los deberes hechos.

2.- Lectura reposada del Evangelio. Lucas 19, 11-28

En aquel tiempo, dijo Jesús una parábola, pues estaba Él cerca de Jerusalén, y creían ellos que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro. Dijo pues: Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse. Habiendo llamado a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: «Negociad hasta que vuelva.» Pero sus ciudadanos le odiaban y enviaron detrás de él una embajada que dijese: «No queremos que ése reine sobre nosotros.» Y sucedió que, cuando regresó, después de recibir la investidura real, mandó llamar a aquellos siervos suyos, a los que había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. Se presentó el primero y dijo: «Señor, tu mina ha producido diez minas.» Le respondió: «¡Muy bien, siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de diez ciudades.»

Vino el segundo y dijo: «Tu mina, Señor, ha producido cinco minas.» Dijo a éste: «Ponte tú también al mando de cinco ciudades.» Vino el otro y dijo: «Señor, aquí tienes tu mina, que he tenido guardada en un lienzo; pues tenía miedo de ti, que eres un hombre severo; que tomas lo que no pusiste, y cosechas lo que no sembraste.» Díctele: «Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; sabías que yo soy un hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré; pues ¿por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses.» Y dijo a los presentes: «Quitadle la mina y dádsela al que tiene las diez minas.» Dijéronle: «Señor, tiene ya diez minas.» «Os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.» «Pero a aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí.» Y habiendo dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén.

3.- Qué dice el texto. 

Meditación-Reflexión

Todos los días, al comenzar la Eucaristía, pedimos perdón al Señor por un pecado que después nos olvidamos de confesar: el pecado de “omisión”. Creemos que sólo es pecado el mal que hacemos y no caemos en la cuenta de que también es pecado el bien que dejamos de hacer.  Es más, al final de la vida, estamos convencidos de que Dios es Padre Misericordioso y nos perdonará nuestros errores, nuestros fallos, nuestros pecados. Pero, ¿qué pasará con los pecados de omisión? El bien que no hicimos para siempre quedará sin hacer. A eso va la parábola de hoy. El que ha recibido diez minas y ha negociado con ellas hasta conseguir otras diez, será recompensado con diez ciudades. Lo mismo el que recibió cinco y consiguió otras cinco, recibirá cinco ciudades. Pero ¿qué pasará con el que ha enterrado la mina?  No podemos presentarnos ante el Señor “con las manos vacías”. El tiempo perdido no puede ser rescatado. Las horas vacías rodarán vacías por toda la eternidad sin que nadie, ni Dios, las pueda llenar de sentido. Trabajemos con los dones que Dios nos ha dado a cada uno, sin tener envidia de aquel a quien Dios le ha dado más porque tendrá una responsabilidad mayor. Pero trabajemos conscientes de que los dones y cualidades que el Señor nos ha entregado para que las trabajemos no son nuestros. No somos dueños sino administradores. Notemos la inmensa diferencia que hay entre la “mina” que nos entrega (una moneda de la Grecia antigua equivalente a 100 dracmas) y la “ciudad” que nos regala. A un dueño tan espléndido, sólo cabe el agradecimiento y no la exigencia.

Palabra del Papa

“El significado de esto es claro. El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos confía. ¿Cuál es el patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celeste, su perdón… en definitiva, tantas cosas, sus más preciosos bienes. Este es el patrimonio que Él nos confía. ¡No sólo para custodiar, sino para multiplicar! Mientras en el lenguaje común el término «talento» indica una notable cualidad individual – por ejemplo, talento en la música, en el deporte, etcétera –, en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos rendir. El hoyo excavado en el terreno por el «siervo malo y perezoso» indica el miedo del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo de los riesgos en el amor nos bloquea. ¡Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte! No nos pide esto Jesús, sino que quiere que la usemos para provecho de los demás… Y nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos «contagiado» con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos animado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que nos hará bien hacernos”. (Ángelus de S.S. Francisco, 16 de noviembre de 2014).

4.- ¿Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. (Silencio)

5.-Propósito. Me haré esta pregunta al final del día. ¿He aprovechado bien los dones que Dios me ha regalado hoy?

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, te doy gracias porque en este rato he aprendido a ser responsable, a llenar mi vida de sentido, a ser agradecido por lo que me has dado. Reconozco que sólo si me siento un regalo tuyo, puedo hacer de mi vida “una donación” para los demás. Haz que nunca me guarde para mí los dones que me das sino que los entregue en beneficio de los demás, y en especial de los más necesitados.

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