Había asistido a un encuentro de oración en el que se compartía el sentido personal de haber acudido al mismo. Alguien expresó que su estado era de creyente discontinuo. ¿Buscaba la persona, tal vez, cómo dar alimento a su fe? ¿Se sentía vacilante, insegura, perezosa? Capté, a mi manera, la situación con alguna pregunta que cualquiera de a pie podemos llevar dentro:
¿Quién soy? ¿Qué busco? ¿Por qué estoy bautizado? ¿Me defino con marca cristiana? ¿Cómo alimento mi vida de fe? Preguntas válidas tanto para quien vive con gran sentido el servicio como para el sediento o el alejado, para el crítico, el indiferente, para quien se siente confundido, cansado, con aires de resistencia, etc.
Nuestro proceso de maduración personal siempre fluctuará con la edad, trabajo, relaciones… La fe no está al margen de este proceso. La experiencia personal de fe se alimenta tanto de la vivencia colectiva compartida como de la inquietud personal de ponerla al día de muy diversos modos. Igual que cambiamos de talla en los zapatos y en el vestir, así nos ocurre con la fe, porque cada cual lleva consigo esa responsabilidad personal irrenunciable que no la puede transferir a nadie.
Entonces serían también creyentes discontinuos, por ejemplo,quienes participan en los diversos actos de las fiestas de El Pilar (datos registrados 2024: 1059 grupos en la Ofrenda de flores, 85 grupos en Ofrenda de frutos, 15.000 personas participantes en el Rosario de Cristal…) Y en las cofradías y procesiones de Semana Santa, las múltiples festividades del patrón de cada localidad, el santiguarse del futbolista… Las personas que en todo esto participan de mil maneras posibles ponen alma, vida y corazón en que todo llegue a buen puerto. La mayoría de las veces se intenta que cada año se supere en número y modo de celebrarlo.
Difícil pormenorizar con detalle cuántas circunstancias y/o avatares sobrevienen cuando la persona entra en quiebra por dentro y por fuera. Vamos decidiendo bajo circunstancias y no siempre sale bien la jugada. Además de duelos personales, hay otros que se añaden en racimo: muerte de familia o amigos, temas laborales, sociales, rupturas, catástrofes inesperadas …
¿Estamos implicados como iglesia en algo de todo esto? Cierto, por un lado, mal que nos pese, hoy la Iglesia no es creíble ni para muchos practicantes. Salen a la luz muchas lagunas que producen cansancio y decepción: estructuras inoperantes, mentalidad clerical invasora, laicos en desuso sin voz ni voto, notables deficiencias en la formación de seminarios y escasez de la misma en los fieles de a pie…
Por otro lado, se alzan voces de responsabilidad eclesial donde, como edictos de buen ajuste, se sugieren cambios de rumbo para otear nuevas dimensiones con un nuevo patrón eclesial: el Sínodo del Pueblo de Dios, los pobres ocuparán siempre los primeros puestos, la igual dignidad de todos los bautizados, la denuncia y abuso de normas y costumbres denostadas, mujeres y hombres en mutuo apoyo y corresponsabilidad, la necesaria transparencia y rendición de cuentas, una obligada cultura de la formación etc., etc. en este éxodo del s. XXI y ss.
La vida no es discontinua, la vida sigue siempre hacia adelante.Nuestra actitud ante ella es con la que nos percibimos. Mide las subidas y bajadas que nos testifican y nos brindan ese autoconocimiento que crece o se desgasta con el tiempo. Vamos a dejar espacio para que nuestro apetito espiritual, nuestra salud interior las vivamos hoy con el horizonte de la sinodalidad, con nuevos lenguajes, al lado de otras fes, que nos sitúan y nos ayudan a explorar más allá de donde estamos. La fuente común de la que mana el Espíritu Santo no se agota, sino que nos fecunda y nos aporta la luz necesaria cada vez que “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18,20) “La paz esté entre vosotros” (Jn. 20, 19-20)