“No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre»
Dedicación de la Basílica de Letrán
1.- Introducción.
Señor, al acercarme al evangelio de Juan me siento fuertemente atraído por un “impacto de novedad”. Hablas de un nuevo templo, de un nuevo vino, de un nuevo pan, de una nueva vida. ¿Cómo es posible vivir tanta novedad con una vida vieja? Señor, hazme nuevo, renuévame por dentro, capacítame para las sorpresas que Tú me quieres dar.
2.- Lectura reposada del evangelio de Juan 2, 13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora». Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?». Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión
El evangelista Juan, al poner este relato al principio de su evangelio quiere darle un valor programático. El viejo templo de Jerusalén debe ser sustituido por el nuevo. Los antiguos sacrificios de animales deben dar paso al verdadero sacrificio agradable al Padre: El de su Hijo muerto en la Cruz. Y el Nuevo Templo será el Cuerpo Resucitado de Jesús. Si el viejo templo, casa de su Padre, no se podía convertir en “mercado”, el Nuevo, mucho menos. Nadie puede hacer negocio con las cosas de Dios. Los cristianos somos “templos vivos del Espíritu Santo” (1Cor. 3,16). Y en este “nuevo templo” no sacrificamos animales sino que somos nosotros mismos la ofrenda: “Os exhorto a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es vuestro culto espiritual” (Ro, 12,1). Yo soy el pan y el vino del sacrificio. Como pan debo de partirme, dar mi vida por los demás. Como vino, debo derramar mi propia sangre en actitud de servicio por mis hermanos. Sin este pan y este vino, no puedo celebrar auténticamente La Eucaristía.
Palabra del Papa Francisco
“El templo es un lugar donde la comunidad va a rezar, a alabar al Señor, a darle gracias, pero sobre todo a adorar: en el templo se adora al Señor. Y este es el punto importante. También, esto es válido para las ceremonias litúrgicas, ¿qué es más importante? Lo más importante es la adoración: toda la comunidad reunida mira al altar donde se celebra el sacrificio y adora. Pero, yo creo – humildemente lo digo – que nosotros cristianos quizá hemos perdido un poco el sentido de la adoración y pensamos: vamos al templo, nos reunimos como hermanos – ¡es bueno, es bonito! – pero el centro está donde está Dios. Y nosotros adoramos a Dios. ¿Nuestros templos, son lugares de adoración, favorecen la adoración? ¿Nuestras celebraciones favorecen la adoración? Jesús echa a los mercaderes que habían tomado el templo por un lugar de comercio más que de adoración”. (Cf. S.S. Francisco, 22 de noviembre de 2013, homilía en Santa Marta).
4.- ¿Qué me dice hoy a mí este texto? (Silencio)
5.-Propósito. Viviré todo el día de la Eucaristía, entregando cada minuto del día al Señor, como la verdadera ofrenda de la Misa.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, la oración de hoy me compromete. El verdadero Templo es Jesucristo Resucitado al que yo debo de adorar. Y también nosotros somos “templos vivos del Espíritu Santo” y debemos de cuidar mucho para no destruirlo. Si nos viéramos como “templos del Señor” nos respetaríamos mucho más y no haríamos daño a nuestros hermanos ya que eso supondría una profanación. ¡Gracias, Señor, por la dignidad que nos has dado!