Maestro, que pueda ver.
INTRODUCCIÓN
Este ciego de nacimiento se gana la vida pidiendo. Extiende su capa por donde cree que va a pasar gente y espera que alguien se compadezca de él y le eche alguna moneda para poder vivir. Su capa es instrumento de trabajo. Aquel día está de suerte porque por allí va a pasar mucha gente: “una gran muchedumbre”. Pero sobre todo está contento porque por allí va a pasar Jesús. Él ha buscado ese momento. Ha oído las maravillas que hace Jesús y desea ardientemente encontrarse con Él. No puede perder esa oportunidad. Por eso “se puso a gritar”. La gente se lo quería impedir, pero él “gritaba mucho más”. La gente va “a lo suyo” y le molesta que alguien le interrumpa en su camino. Si a los pobres se les quitan todos los derechos, al menos que se les deje “el derecho a gritar”.
TEXTOS BÍBLICOS
1ª lectura: Jer. 31, 7-9. 2ª lectura: Heb. 5, 1-6
EVANGELIO
Marcos 10, 46-52:
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.» Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.» Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.» Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.» Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
REFLEXIÓN
Examinemos los verbos que usa el texto acerca del comportamiento de Jesús.: 1) Se detuvo. No puede seguir adelante su camino cuando hay alguien que sufre, que grita. Jesús va de camino y tiene muchas cosas que hacer, pero ante una necesidad, no puede seguir adelante, sabe detener el tiempo. En realidad, para Jesús, tener tiempo es emplearlo para hacer el bien. 2) Lo llama. Para Jesús toda persona es importante, no es un número, tiene un nombre. Es importante el detalle. No lo llama él personalmente, sino que dice: Llamadle. Aquellos que no querían escuchar los gritos del ciego, son ahora los que van a llamarle. Jesús quiere que la gente se implique, colabore en hacer una nueva humanidad. 3) lo cura. Le devuelve la vista. Y con la vista lo rehabilita para poder ganarse la vida sin necesidad de mendigar.
El camino de Jesús sólo lo puede recorrer aquel que es iluminado por Jesús. El seguimiento de Jesús en este ciego tiene unas características especiales:
1.- “Arrojó el manto”. El manto es su instrumento de trabajo. Es aquello que lleva el pobre para protegerse del frío en las noches. «Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de la puesta del sol, porque es lo único que tiene para cubrir su cuerpo. Si no, ¿con qué va a dormir?» (Ex 22, 25-26). Y, sin embargo, lo arroja. No se queda nada. Se ha encontrado con Jesús y ya no necesita nada. Es lo contrario del joven rico. Éste tenía muchas riquezas y prefirió las riquezas a Jesús. El ciego, una vez que se encontró con Jesús, no necesitó más que a Jesús. Por eso tira hasta el manto, lo único que tenía.
2.- “Dio un salto”. Es el salto de gozo, de júbilo, de entusiasmo, al encontrarse con Jesús. Es lo contrario del joven rico que se quedó con su riqueza, pero se quedó muy triste. Es lo contrario de la vulgaridad y mediocridad de los discípulos que siguen a Jesús de mala gana, sin entusiasmo, sin alegría, sólo preocupados por los primeros puestos, por ser los importantes. Es lo que suele ocurrir en la vida de muchos cristianos. No puede haber cristianismo sin alegría. El encuentro con Jesús es fuente inagotable de gozo. Lo dice muy claro el Papa Francisco: “la alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (E.G. 1).
3.- “Y siguió a Jesús por el camino”. Y el camino conducía a Jerusalén donde Jesús iba a encontrarse con la Cruz y con la muerte. Lo normal hubiera sido ir a su casa y comunicar esa noticia a los familiares. Una vez que ha conocido a Jesús ya no tiene tiempo sino para seguirle. Y seguirle por el camino que le ha marcado Jesús. Este ciego de nacimiento será el modelo auténtico del cristiano de todos los siglos. Es el que nos enseña el verdadero seguimiento a Cristo. San Pedro seguía a Jesús, pero se escandalizó de la Cruz. Los apóstoles seguían a Jesús, pero sólo pensaban en sus propios intereses. Sólo el ciego sigue a Jesús sin poner condiciones. Seguir a Jesús no es copiarle desde fuera sino sumergirse en su persona y bajar con Él a beber de la misma agua y del mismo pozo. “Cristo no sólo vino a realizar la obra de la Encarnación. La palabra de Dios se hizo carne para llevar adelante la obra de la redención. El misterio de Cristo es también nuestro misterio. Lo que ocurrió en la cabeza debe ocurrir también en los miembros. Encarnación, Muerte y Resurrección; es decir, arraigo, desarraigo, y transformación. Una vida no es auténticamente cristiana si no contiene ese triple riesgo” (De Lubac).
PREGUNTAS
1.– Cuando tanto me cuesta desprenderme de las cosas, ¿no será que Jesús no es todavía el Absoluto en mi vida?
2.- ¿Vivo mi fe en Jesús con verdadera alegría? ¿Brillan mis ojos ante el descubrimiento de Jesús como un tesoro que estaba escondido?
3.- ¿Sé ponerme detrás de Jesús para que sea Él quien me marque el camino?
ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:
Señor, un bello relato
nos cuentas en tu Evangelio.
Nos sentimos reflejados
en el ciego “Bartimeo”.
Al saber las condiciones
que implica tu “seguimiento”,
no queremos comprenderlas,
preferimos estar “ciegos”.
Servir, amar, dar la vida,
Señor, nos da mucho miedo
y nos sentamos “al borde
del camino” verdadero.
Tú pasas a nuestro lado
y nos miras con afecto.
A tu llamada, Tú esperas
que salgamos a tu encuentro.
Necesitamos soltar
todos nuestros “mantos” viejos,
decirte con convicción:
“Queremos ver bien, “Maestro”.
Gracias a la fe, podremos
“ver” Señor, con “ojos nuevos”.
Tú serás para nosotros
como el sol que está en el cielo.
Entonces te seguiremos
por el camino del Reino.
Entre amigos, el amor
siempre es “ala”, nunca “peso”.
(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)