Mi nombre es Miguel Ángel Vargas Domínguez, y esta es la historia de cómo un error en mi vida me llevó al centro penitenciario de Teruel, donde pasé dos años y medio cumpliendo una condena por tráfico de drogas. Aunque la prisión es un lugar de castigo, para mí se convirtió en un espacio de reflexión, aprendizaje y transformación personal. A través de la ayuda de la pastoral penitenciaria y un profundo encuentro con Jesús, encontré la fuerza para superar mis problemas, convertirme en una mejor persona y finalmente recuperar mi libertad, no solo física, sino también espiritual y emocional.
La Realidad de la Prisión
Cuando ingresé al centro penitenciario de Teruel, sentí que mi vida se desmoronaba. El impacto de la sentencia, la pérdida de libertad y la separación de mis seres queridos me sumergieron en una profunda desesperación. Recuerdo las primeras noches, cuando la soledad en mi celda era abrumadora y la culpa por mis acciones me perseguía sin descanso. Cada día era un desafío, no solo porque estaba encerrado, sino porque tenía que enfrentarme a mi propia conciencia. Los primeros meses fueron especialmente difíciles. La rutina carcelaria, la desconfianza hacia los demás internos y la falta de contacto con el mundo exterior me hicieron sentir que estaba perdiendo mi identidad. Sentía que me había convertido en un número más, olvidado por la sociedad y destinado a un futuro incierto. Fue un tiempo en el que la desesperanza y la angustia parecían ser mis únicas compañeras.
El Encuentro con la Pastoral Penitenciaria
Mi vida comenzó a cambiar cuando conocí a los miembros de la pastoral penitenciaria. Estos voluntarios dedicaban su tiempo y esfuerzo para visitar a los internos, ofreciendo apoyo espiritual y emocional. Al principio, fui escéptico. ¿Quépodían saber ellos sobre mi sufrimiento? Sin embargo, su persistencia y genuina preocupación comenzaron a romper las barreras que había construido a mi alrededor. Empecé a asistir a sus charlas y actividades, no porque estuviera buscando a Dios, sino porque necesitaba un escape de la rutina diaria. Con el tiempo, sus palabras empezaron a resonar en mí. No me hablaban solo de religión, sino de valores humanos como el perdón, la esperanza y la redención. A través de sus historias y enseñanzas, comencé a ver que, aunque había cometido errores graves, todavía tenía la capacidad de cambiar y redimirme. Recuerdo con claridad una charla sobre el perdón. Fue un momento revelador para mí. Comprendí que, antes de poder ser perdonado por otros, necesitaba perdonarme a mí mismo. Los miembros de la pastoral no me juzgaban por mis acciones pasadas; en cambio, me animaban a ver mi estancia en prisión como una oportunidad para reconstruir mi vida desde cero.
El Encuentro con Jesús
El momento decisivo en mi transformación ocurrió en una noche especialmente difícil. Estaba solo en mi celda, abrumado por la tristeza y la culpa, cuando sentí una presencia que no puedo describir con palabras. No fue una visión ni una voz, sino una sensación profunda de paz y consuelo que llenó mi corazón. En ese instante, supe que no estaba solo; sentí que Jesús estaba allí conmigo, ofreciendo su amor y perdón. Este encuentro no fue un milagro en el sentido tradicional, pero fue un punto de inflexión en mi vida. A partir de ese momento, comencé a ver las cosas de manera diferente. Empecé a leer la Biblia y a meditar sobre sus enseñanzas. Las palabras de Jesús sobre el amor, el perdón y la redención me dieron la fuerza para seguir adelante. Comprendí que, a pesar de mis errores, tenía la oportunidad de cambiar y de vivir una vida mejor. La paz que sentí aquella noche fue el primer paso hacia mi renovación personal. Me comprometí a dejar atrás el pasado y a trabajar en mi rehabilitación. Comencéa asistir a los servicios religiosos con una nueva perspectiva, no solo como una obligación, sino como una oportunidad para acercarme más a Dios y a mi verdadera esencia.
El Proceso de Rehabilitación y Reinserción
Con el apoyo de la pastoral penitenciaria y mi renovada fe en Jesús, comencé a prepararme para mi eventual libertad. Sabía que, para reintegrarme en la sociedad, necesitaba más que simplemente cumplir mi condena; necesitaba cambiar desde dentro. Aproveché todas las oportunidades que me ofrecía el centro penitenciario para mejorarme a mí mismo. Participé en talleres de formación, cursos educativos y actividades que me ayudaron a adquirir nuevas habilidades y a fortalecer mi carácter. Uno de los mayores desafíos que enfrenté fue el temor al rechazo social. Sabía que muchas personas me verían como un exconvicto y que esto podría dificultar mi reintegración. Sin embargo, los miembros de la pastoral y mi fe en Jesús me dieron la confianza para superar este miedo. Me enseñaron que mi pasado no definía mi futuro y que, con esfuerzo y dedicación, podría demostrar que había cambiado. Cuando llegó el día de mi liberación, sentí una mezcla de emociones. Estaba emocionado por recuperar mi libertad, pero también consciente de que el verdadero desafío comenzaba fuera de los muros de la prisión. Gracias a todo el trabajo interno que había hecho, me sentí preparado para enfrentar la vida con una nueva perspectiva y una renovada determinación de ser una mejor persona.
La Vida Después de la Prisión
Al salir de prisión, mi vida cambió radicalmente. La libertad que tanto había anhelado vino acompañada de una responsabilidad nueva: demostrarme a mí mismo y a los demás que podía ser un miembro valioso de la sociedad. Apliqué todo lo que había aprendido durante mi tiempo en prisión para construir una vida nueva, basada en valores de integridad, compasión y servicio a los demás.Mantener mi relación con Jesús ha sido fundamental en este proceso. A través de la oración y la meditación, continúo buscando su guía en mi vida diaria. Su ejemplo de amor y perdón sigue siendo mi fuente de inspiración y fuerza en los momentos difíciles. Hoy, me esfuerzo por contribuir a la sociedad de manera positiva. Trabajo en de barman en Alicante y próximamente voy a presentarme a realizar labores de voluntariado , y también dedico tiempo a ayudar a otras personas que, como yo, están luchando por encontrar su camino después de cometer errores en sus vidas. Mi objetivo es mostrarles que, con fe y perseverancia, es posible cambiar y construir una vida mejor.
Conclusión
Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que mi tiempo en el centro penitenciario de Teruel fue, paradójicamente, un tiempo de liberación interna. A través de la pastoral penitenciaria y mi encuentro con Jesús, encontré el camino hacia la redención y la paz interior. Esta experiencia me enseñó que, aunque todos cometemos errores, siempre tenemos la oportunidad de corregirlos y de ser mejores personas. Quiero agradecer de corazón a los miembros de la pastoral penitenciaria, quienes me apoyaron incondicionalmente durante mi tiempo en prisión. Su ejemplo de amor y compasión me mostró el verdadero significado del perdón y la esperanza. A todos aquellos que estén enfrentando desafíos similares, les digo: nunca es tarde para cambiar. La redención es posible para todos, sin importar cuán oscuros sean nuestros pasados. Con fe, esfuerzo y el apoyo adecuado, podemos superar cualquier obstáculo y encontrar la luz en medio de la oscuridad. Este documento es un testimonio poderoso de tu transformación personal y espiritual. Puede servir no solo como un recordatorio de mi viaje, sino también como una fuente de inspiración para otros que puedan estar luchando en circunstancias similares.
Un comentario
Un comentario precioso,veraz y creible que hay que divulgar,hará bien a muchas personas que han perdido la esperanza,no caerá en el olvido,»gracias»JESUS