Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXII Domingo del Tiempo Ordinario – B – (01/09/2024)
La liturgia ha recuperado la lectura del evangelio de Marcos, que quedó interrumpida hace cuatro semanas. El de este domingo (Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23) retoma la actividad misionera de Jesús en Galilea con el enfrentamiento entre un grupo de fariseos y letrados con Jesús, a propósito de un tema de higiene a primera vista. Sospecho que este café viene cargado…
– ¿Por qué lo dices? -me ha respondido cuando he manifestado a Jesús mis pensamientos.
– Porque al escuchar la lectura del evangelio he tenido la impresión de que tus discípulos no eran demasiado finos en lo que a la higiene se refiere: parece que no se lavaban las manos antes de comer y, con el clima cálido de Palestina y el polvo que se levantaba al andar por los caminos, no me extraña que los maestros de la ley y los fariseos se sintieran molestos. Ellos eran muy meticulosos en esto; el evangelista advierte que los judíos: «al volver de la plaza no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas…» -le he dicho después de tomar un sorbo de café-.
– Pasas por alto una palabra necesaria para entender este episodio. Marcos escribió que ellos se aferraban a la tradición de lavarse a conciencia y con frecuencia; la clave está en la palabra “tradición”; no era sólo la costumbre higiénica de lavarse las manos antes de comer, como hacéis vosotros, sino del valor de tradición religiosa que daban a esa práctica.
– ¿Quieres decir qué habían convertido la costumbre higiénica en una tradición religiosa? Acláramelo, porque no me cuadra -he dicho con un gesto de sorpresa-.
– No me extraña -ha reaccionado-. Desde seis siglos atrás el profeta Isaías venía denunciando: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». Se contentaban con limpiar lo exterior, sin preocuparse de la limpieza interior. ¿Lo vas cogiendo?
– Ahora sí, y supongo que por eso dijiste a la gente que no había alimentos puros e impuros, porque «nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro». Pero la cosa aún siguió coleando algunos años hasta que tu Iglesia, en una de sus primeras decisiones, decidió no perturbar a los cristianos venidos de la gentilidad con lo de los alimentos puros e impuros.
– Así es. Recuerda que aún vivía Pedro, Pablo, Santiago y otros apóstoles, y tuvieron una controversia en Jerusalén. El resultado fue que escribieron a los hermanos de la gentilidad: «Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que las imprescindibles». Allí terminó lo de los alimentos puros e impuros -me ha dicho sonriendo-. Como dije a mis discípulos y a la gente a propósito de la diatriba con los fariseos y letrados, es «de dentro del corazón del hombre de donde salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, adulterios… y una larga lista de maldades que hacen al hombre impuro». La tentación de decir ¡Señor, Señor!, pero no hacer lo que el Padre desea está siempre al acecho. Tendríais que prestar atención a la primera lectura de este domingo.
– Lo siento; tu diatriba con los fariseos ha acaparado mi atención y he pasado por alto que Moisés dijo al pueblo: «Estos mandatos son vuestra sabiduría».
– Y “estos mandatos” son los del decálogo, ni más ni menos, aunque chirríen las convicciones de algún postmoderno -me ha dicho disponiéndose a recoger las tazas del café-.
– Es que el decálogo es precisamente lo que necesitamos para vivir en paz ?he añadido pensando en las noticias que cada día envenenan nuestros informativos?.