Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXI Domingo del Tiempo Ordinario – B – (25/08/2024)
Con el evangelio de hoy (Jn 6, 60-69), termina la conversación de Jesús con los judíos cuando fueron detrás de él después de la multiplicación de los panes y lo encontraron en Cafarnaún. El evangelista llama a los interlocutores de Jesús con tres nombres: la gente, los judíos y los discípulos, pero, con los tres, se refiere a las mismas personas. Sin embargo, esos discípulos no son los Doce, que también aparecen al final del relato. Cuando me he encontrado a gusto para saborear nuestro café en amor y compañía, he dicho a Jesús, en tono coloquial y dejando aflorar una sonrisa en mis labios…
– Tu encuentro con los judíos en la sinagoga de Cafarnaún terminó como el “rosario de la aurora”, que decimos cuando algo sale mal. ¿Qué pasó para que muchos se echaran atrás?
– ¿Aún no lo has pillado, después de lo que hemos comentado en los últimos domingos? ?me ha respondido, cogiendo su taza de café?. Al principio se entusiasmaron y, mientras pensaron que el que ellos llamaban profeta era el hijo del carpintero de Nazaret, la cosa les pareció admirable, pero normal. Incluso estaban dispuestos a seguirme. Sin embargo, ya sabes que, en aquel tiempo y en Israel, el destino de los profetas había sido aciago. Recuerda los disgustos que Jeremías o Juan el bautista y otros muchos profetas soportaron por transmitir los mensajes que habían recibido de parte de Dios…
– ¡Y lo que te pasó a ti en Nazaret! ¿No fue allí donde dijiste que ningún profeta es bien recibido en su tierra? Pero yo esperaba que contigo, después de saciarse con el “signo” del pan, cambiaría su actitud ?he dicho ingenuamente y tomando mi taza entre las manos?.
– ¡Cuánto lo hubiera deseado! Y no por mí, sino por ellos -me ha replicado mirándome a los ojos después de un breve silencio-, pero no se atrevieron a dar el paso decisivo; no se atrevieron a aceptar que soy el Hijo de Dios y que vengo de arriba como revelador del Padre.
– Esto ya lo comentamos el domingo pasado. Supongo que al oírles decir: «Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?» hirvió la sangre en tu cuerpo…
– Te equivocas, amigo. Isaías ya me describió como el Siervo de Yahvéh, dispuesto a llevar la salvación hasta los confines de la tierra a costa de aguantar insultos y salivazos. Así que soporté con paciencia sus vacilaciones, pero les advertí: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?»
– No obstante, tuvo que ser desagradable ver que desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir contigo Cle he dicho tratando de compartir sus sentimientos-.
– No todo fueron desprecios -me ha atajado-. Las palabras de Simón Pedro en nombre de los Doce me reconfortaron. Cuando les pregunté: «¿También vosotros queréis marcharos?», respondió, con aquella impulsiva sinceridad que le caracterizaba: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna». Fue una confesión de fe parecida a la que hizo en Cesárea de Filipo, cuando pregunté a los Doce: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?». También Pedro respondió de inmediato: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Y yo prometí edificar mi Iglesia sobre aquella roca que era Pedro.
– Una piedra poco resistente, como demostró durante tu pasión.
– No te metas con Pedro ?me ha interrumpido?. A pesar de sus fallos -¿quién de vosotros no los tiene?-, Pedro me amaba y era sincero cuando dijo que daría la vida por mí. Por eso oré por él para que su fe no se derrumbase en la prueba y, una vez recuperado, confirmase a sus hermanos. ¡Me consoló tanto lo que dijo aquel día! -ha concluido antes de marcharnos-.