Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XIX Domingo del Tiempo Ordinario – B – (11/08/2024)
Hoy, el evangelio continúa la conversación de Jesús con los judíos en Cafarnaúm, cuando él se identificó como “pan de vida” (Jn 6, 41-51). La Iglesia ha querido que, en este día, también escucháramos, en la primera lectura, un relato (1 R 19, 4-8) en el que el profeta Elías, perseguido a muerte y agotado, es confortado con el “viático” de manos del Señor…
– El párroco nos ha recordado que, en la práctica de la Iglesia, el viático es la Sagrada Comunión que recibe un enfermo antes de morir; Elías fue confortado con un viático y no murió, sino que aún caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta alcanzar el monte del Señor; ¿no estaba ya en las últimas? -se me ha ocurrido decir a Jesús después de saludarnos-.
– Es que el viático no es otra cosa que alimento para el camino, para la “vía”, que así se dice camino en latín -me ha respondido, y a continuación ha añadido-. El profeta Elías huía de Jezabel, la malvada esposa del rey Ajab, que había jurado darle muerte. El profeta estaba tan agotado que ya no tenía fuerzas para seguir huyendo y se sentó bajo una retama, decidido a dejarse morir. De pronto, el ángel del Señor le ofreció un pan cocido sobre unas brasas y una jarra de agua, y le urgió a caminar de nuevo. Con aquel viático, Elías fue capaz de seguir hasta el monte del Señor. Con el viático, los moribundos también caminan a encontrarse conmigo.
– ¡Gracias por la aclaración! -le he dicho cuando ha dejado de hablar-. Ahora tomemos un sorbo de café antes de que enfríe y sigamos hablando de esto, pues no termino de ver qué tiene que ver ese relato de Elías con el evangelio de este domingo.
– No es difícil de entender -me ha dicho pacientemente después de que hemos dado cuenta de nuestros cafés-. ¿Qué dije yo a los que se encontraron conmigo en Cafarnaúm?
– «Yo soy el pan bajado del cielo» o algo parecido -le he dicho haciendo memoria del evangelio que hoy hemos escuchado-. Pero entonces, tus oyentes volvieron con el mantra de que “conocemos a su familia, ¿cómo dice que ha bajado del cielo?”, etcétera, etcétera…
– Y tuve que desengañarlos diciendo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me ha enviado». Pero el Padre no arrastra a la fuerza para que alguien crea en mí; ofrece “signos” que abran vuestros ojos y, si os ponéis a la escucha con agradecimiento y con deseo de aprender -conforme con lo que está escrito en los profetas: «Serán discípulos de Dios»-, veis quién soy yo. Sin embargo, ¿no decís que no hay peor ciego que el que no quiere ver?, pues lo mismo ocurre con los “signos” sobre mí, que el Padre os proporciona. ¿Recuerdas que el prejuicio impidió a los fariseos reconocer que un ciego de nacimiento, al que todos conocían, había sido curado por mí? Ellos ya habían decidido que lo que yo había hecho con el ciego no era cosa de Dios, porque se empeñaban en pensar que yo no respetaba el sábado. Les faltó la humildad que se necesita para dejarse sorprender por Dios y para sospechar, por lo menos, que tal vez tenían delante de ellos alguien más sagrado que el sábado.
– Oye, Jesús, la semana pasada te dije que eres una caja de sorpresas, ¿lo recuerdas? Hoy sigues sorprendiéndome al decir que tú eres «el pan de vida». No es que no entienda tus palabras, sino que siempre que hablamos me produces la sensación de tener delante de mí a uno que, aunque te presentabas como el “Hijo del Hombre”, no eres sólo un hombre como nosotros. En Cafarnaúm dijiste: «Yo soy el pan bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre». Ni Elías pudo soñar que aquel pan que el ángel del Señor le proporcionó le hiciera vivir para siempre, y tú prometes vida eterna. ¿No será demasiado?
– El próximo domingo terminaré de explicártelo. Aún quedan flecos de aquella conversación -me ha dicho sonriendo mientras se ponía en pie, dando a entender que debíamos irnos-.