Me llamo Javier, con casi 60 años, y entre mis “méritos” destacan haber cumplido condena en el penal de Daroca, ser actualmente voluntario de la Pastoral Penitenciaria y volver por tercer año consecutivo a peregrinar al Santuario de Lourdes como voluntario de la hospitalidad zaragozana.
No es fácil encontrar las palabras adecuadas que puedan describir lo que fue la última peregrinación. A pesar de ser mi tercer año, ninguna experiencia ha sido igual a la otra. Eso sí, lo que nunca falla, ¡la especial cercanía de la mejor enfermera: la Virgen!. En la primera edición acudía como interno de la prisión de Daroca, el segundo, ya en semilibertad, desde mi casa en Zaragoza, y en esta ocasión, habiendo finalizado mi condena y como voluntario de la Pastoral Penitenciaria. Este año he ejercido un doble voluntariado, acompañando y sirviendo a los internos de los centros penitenciarios, y a los enfermos y peregrinos de la Hospitalidad.
Del 5 al 8 de julio Lourdes acogió la peregrinación diocesana que organiza la Hospitalidad de Zaragoza, en su edición 29, que reunió a más de 450 personas, en 8 autobuses, entre enfermos, peregrinos y voluntarios, presididos por nuestro arzobispo Don Carlos Escribano.
Un año más la Hospitalidad invitó a la Pastoral Penitenciaria para que internos de los centros penitenciarios aragoneses les acompañásemos como voluntarios en la peregrinación. Acudimos 4 internos de Zuera, 1 de Daroca y 3 de Teruel, con varios voluntarios de la Pastoral, Maricruz y Emiel, de Teruel, e Isabel, Belén y un servidor, de Zaragoza. Año tras año la Hospitalidad nos hacen sentir como una parte importante del equipo. El segundo día, en la solemne misa e imposición de medallas que se hizo en la iglesia de Santa Bernardita, incluso su dirección nos homenajeó públicamente, agradeciendo nuestra presencia y compromiso desde hace varios años, mencionando, como no, a nuestra incombustible y carismática líder, Isabel Escartín.
En Lourdes el lugar privilegiado lo ocupan los enfermos. Miles de ellos, con dolencias de todo tipo, llegan pidiendo un milagro. Algunos han sido ciertamente curados. Y a todos Nuestra Madre les ha ofrecido la salud del alma, el consuelo y la posibilidad de encontrar en Cristo Crucificado el sentido de sus sufrimientos. Son el gran ejemplo de voluntad, perseverancia y de lucha para superar las dificultades.
E importantes, también, los voluntarios, modelos de solidaridad, personas anónimas que de la mano de María, por unos días, dejan todo y se dedican a acompañar a los enfermos y a los peregrinos, desviviéndose para que estos puedan vivir con la mayor intensidad posible su peregrinación. Una experiencia que toca el corazón. El rostro de Jesús estaba presente, se palpaba en el de todos y cada uno de los integrantes del grupo. Destacar el más de un centenar de jóvenes que como voluntarios estuvieron con nosotros. Una juventud ejemplar, con hambre y sed de Dios.
A veces cuando le pedimos a Dios un milagro, Él nos envía un amigo. No existe la casualidad, todo encuentro es un proyecto de Dios. Porqué digo esto, porque para mí esta peregrinación ha sido una sucesión de milagros en forma de personas, desde los internos y voluntarios de los centros penitenciarios y de la Pastoral, hasta Ana y Fermín, que se añadieron a nuestra comitiva penitenciaria, María y su hija Pilar, las dos damas que me acompañaron con el enfermo asignado, Anselmo, así se llama el susodicho, y su mujer Esperanza, bonito nombre, ambos tan grandes en embergadura como en tamaño de corazón y de amor a Nuestra Madre, los enfermos y damas de los otros dos años con los que me reencontré, entre ellos Jesús, Pablo, Josefina, Tere, y otros muchos más, que por no dejarme a ninguno los guardo para mí. Todas y todos auténticas bendiciones y regalos de María.
Personalmente, las primeras horas de la peregrinación, el largo viaje en bus y mientras nos acomodábamos en el alojamiento en Lourdes, fueron los de mayor sequedad. Un poco agobiado por mis nuevas responsabilidades y por el ansia de llegar a todo, no solamente había acudido a servir a los enfermos, a los encarcelados, a convivir con el resto de los peregrinos, también necesitaría momentos de intimidad con la Madre, a primera vista parecía un reto que me sobrepasaba.
Pero tras la comida, cuando bajábamos desde el hotel hacia el Accueil Notre-Dame, en el corazón del Santuario, me detuve un instante y me dije: “Calma, para un momento. Descubre y vive el aquí y ahora, disfruta; confía y ponte en Sus manos, déjate llevar por la providencia. Que Dios se encargue de todo”. Y decidí no estresarme más. Inmediatamente desapareció la angustia, y todo cambió, para bien, por supuesto. El tiempo de Dios es perfecto y sus planes son mucho mejores que los nuestros, y actuó cuando y como debía hacerlo, sin más.
El Accueil es el punto base del conjunto de actos de la peregrinación, lugar privilegiado donde las personas enfermas, con algún impedimento y peregrinos mayores del grupo que no se alojaron en las hospederías del pueblo fueron acogidas, de donde parten todas las comitivas a los numerosos actos programados, con los abanderados en cabeza, los entrañables carros tirados por los carretilleros y empujados por las damas, todos con su característicos atuendos reglamentarios, portando con orgullo y mucha responsabilidad el emblema de la hospitalidad.
Cuatro días con un programa intenso y exigente de procesiones, actos litúrgicos, de oración, penitencia, perfectamente armonizados por cálidas voces corales, con brillantes y emotivas homilías, y en algunos momentos acompañados por una más que ligera lluvia, que hizo, por ejemplo, que el Santo Rosario y Procesión mariana de las Antorchas y el Vía Crucis para enfermos, peregrinos y voluntarios, tuvieran que oficiarse en el interior de la basílica de San Pio X, lo que no les restó espectacularidad y grandeza.
Una vez en el recinto del Santuario todo fue sencillo, nos dejamos en las manos de Dios y –como todos sabemos– Él lo hizo todo fácil. El trabajo de voluntariado fue maravilloso y lleno de sonrisas, de encuentros sociales especiales con enfermos, de momentos de reflexión y espiritualidad con la Virgen, contamos nuestras experiencias, rezamos a la Virgen y realizamos una labor social muy enriquecedora. Acto tras acto, y cada vez con mayor intensidad, fui encontrándome con María y con Jesús, con la inestimable ayuda de Santa Bernadette, que tampoco faltó.
¡Quién habla de madrugar, duro trabajo, correr de aquí para allí…! Eso sólo es una realidad mal entendida y vivida. La verdad es que no cuesta nada levantarse en un lugar tan especial como Lourdes, desayunar a tope y llegar con buena cara y una sonrisa a ayudar a unos compañeros tan especiales como son los enfermos y peregrinos de la Hospitalidad.
Como situaciones especiales para mí, por destacar alguna, el sábado, con la comida todavía sin digerir, con los carros y sus respectivos enfermos, nos unimos a la larga cola de los que esperaban lavarse en esa fuente de marmol bendecida por el cielo y que, a unos concede la salud del alma, y a otros —según dispone la Providencia— también la del cuerpo. Son piscinas para lavarse las manos, la cara y beber agua, purificarse y buscar la curación de los males que aquejan a cada cual.
A continuación, en procesión hasta la Gruta de Massabielle. Allí, cada uno, en unas urnas dejadas al efecto, pudimos poner nuestras intenciones y las de nuestros familiares y amigos, tanto las físicas como las espirituales. Cuando toqué la roca sentí algo especial, me humedecí la cara y empecé a temblar, me vino el recuerdo de mi madre que falleció el pasado mes de enero. Mi madre, la primera persona que desde mi niñez me acercó a Cristo, a través de la Virgen; ejemplo viviente de caridad y santidad cristiana; nunca me falló, ni en los momentos mas duros; siempre fiel a la Virgen y perseverante con su oración. Es difícil no emocionarme cuando recuerdo este maravilloso encuentro con mi madre de manos de la Virgen María.
El domingo, la Misa Internacional en la Basílica de San Pío X, que se hace en cuatro idiomas. La celebración penitencial en la iglesia de Santa Bernardita, recibiendo el sacramento de la reconciliación. La procesión eucarística del Santísimo entre la pradera del Santuario y la basílica de San Pío X, con la bendición de enfermos. Impresionante. Inolvidable por su belleza, su simbolismo, su espíritu cristiano reflejado en los rostros de todos los que estaban alrededor nuestro, sobre todo de los enfermos. Como no, muy esperado y emocionante la Santa Misa del lunes por la mañana en la Gruta donde se apareció la Virgen a la pequeña Bernadette.
También digno de recordar y de agradecer la fiesta de los enfermos. Y pasear por Lourdes, tomando algo en sus terrazas, haciendo fraternidad, adquiriendo algunos de los souvenirs más buscados en cualquiera de las incontables tiendas, garrafas para llevarse esa agua sanadora a casa, figuras de la Virgen, rosarios, medallicas,…
En el hotel donde nos alojamos, el último día, antes de la comida, los que veníamos de las prisiones tuvimos un momento destinado a compartir testimonios, donde participamos los internos de los centros y los voluntarios que les acompañamos, recogiéndolos para su pronta difusión dos magníficos periodistas hospitalarios, Luis y Javier. Fue muy bonito y enriquecedor. Hablaban de cómo se habían sentido libres y de cómo no existieron diferencias entre ellos y los voluntarios, del buen ambiente vivido, de la grandísima acogida de los hospitalarios, de la religiosidad, algunos de ellos manifestaron que volverían en próximos años, de ser una experiencia muy positiva, de agradecimiento tanto a la Pastoral Penitenciaria como a la Hospitalidad, de como todos habían confiado en ellos, del ambiente familiar surgido con los enfermos, las damas y el resto de peregrinos y voluntarios. La valoración final fue en general muy positiva. La mía particular, sobre mis compañeros encarcelados, es un sobresaliente alto, porque también ellos han dado la talla y no han defraudado en absoluto.
La experiencia que se vive aquí es indescriptible, transformadora, es mágica, mejor dicho, es milagrosa. El encuentro de cada uno con Cristo a través de María. Es el verdadero y auténtico milagro de Lourdes, que nunca falla.
El último día, en el tiempo que me reservé para orar a solas, a los pies de la Virgen de Lourdes, en la Gruta, providencialmente coincidí con una de las damas que tenía asignada, estuvimos compartiendo la oración y las riquezas humanas y espirituales de cada uno, los momentos de alegría y de tristeza, siempre con el Señor en el centro, sin duda otro encuentro milagroso. Esto es lo que marca y queda realmente para siempre.
Tras la oración en la Gruta, fui a despedirme de la Madre a la Basílica del Rosario, al mismo lugar y ante la misma imagen que en mi primera peregrinación me recibió con los brazos abiertos en señal de acogida, ante el espectacular mosaico de la Virgen con la leyenda PAR MARIE À JÉSUS. Iba a ser un hasta luego fugaz, ya no esperaba nada más, sentía que me llevaba todo lo que había venido a buscar, todo pensaba que ya había sucedido. Sin embargo me encontré ante una sensación de bienestar como pocas veces en mi vida he experimentado. Ella y yo, en un momento íntimo, de silencio. Ella y yo, entregándole todas mis miserias, todo lo que llevo en mi corazón. Yo había dirigido mi mirada a la imagen de la Virgen, le estaba agradeciendo los milagros y bendiciones recibidas durante la peregrinación, cuando de pronto me sobresalté, María me estaba mirando directamente a los ojos, con una mirada que transmitía toda su bondad, su dulzura. Es allí donde quise hacer balance del año y donde me dí cuenta de cómo Dios me está transformando y moldeando. Allí le he expresado a la Virgen mi gratitud por llevarme hasta ella todos estos años, por presentarme a su Hijo y por cuidarme durante toda mi vida. Y ella me respondió con una sonrisa que me congeló el alma. Una señal inequívoca de aceptación a mi nueva vida, a mi misión en especial con los privados de libertad, con mi nueva labor como voluntario de la Pastoral Penitenciaria; e inmediatamente me vino al corazón la homilía que don Carlos había hecho en la misa en la Gruta esa misma mañana, y al igual que dijese Ella en las bodas de Caná, la Virgen ahora me decía a mí, directamente: “Haz lo que Él te diga”.
Reconozco que mi mayor éxito en la vida ha sido fracasar, pues gracias a mi gran fracaso, que terminó con mis huesos en prisión, me he abierto y he conocido a Cristo. Lo que ahora quiero, y siento que es la misión que el Señor me tiene encomendada, es testimoniar con mi vida que Dios es capaz de hacer nuevas todas las cosas. Ser apóstol poniendo a disposición de mis hermanos, principalmente los privados de libertad, los dones que Dios me ha regalado. Estoy convencido que mis vivencias personales, mi crecimiento espiritual y personal ha sido un “regalo”, un auténtico milagro. Sería muy necio si no compartiera mi vivencia con otras personas a las cuales puedo ayudar. Mi testimonio ha pasado por muchas fases y hoy es un testimonio de esperanza.
Quiero agradecer a todos y cada uno de los citados en este escrito, y a otros muchos que si bien no aparecen en el mismo, por falta de espacio o porque simplemente no recuerdo sus nombres, que hayan estado ahí, su presencia, apoyo, esfuerzo y apuesta por esta peregrinación, sin ellos y sin la ayuda de la Virgen, no hubiera sido posible. Y como no a Santa Bernadette, cuya profunda religiosidad, llena de luz y equilibrio, paradigma de la humildad y de la fe, te cala en el fondo del alma.
Ha sido un viaje increíble. Cada día que pasa se vive tan intensamente que parecen semanas. Sin embargo, cuando termina, parece que todo ha sido un sueño. Como siempre, esta peregrinación ha sido un auténtico milagro. ¡Por María a Cristo! ¡Gracias madre, por acercarnos a Jesús!
“Ama a la Virgen y haz que la amen” (Padre Pío)