¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!…
1.- Oración introductoria.
Señor, te confieso que las palabras del evangelio de hoy me suenan muy duras para ser dichas por Ti. Con todo, descubro el grado de tristeza que te debieron de producir aquellos comportamientos de los escribas y fariseos. Vivían de apariencias, es decir, del cuento. Y eso les iba bien. Pero Tú no lo podías soportar. Tu vida era limpia, coherente, llena de transparencia. Tus discípulos podían contemplar cada día la verdad en tus labios como se contempla la belleza de una montaña nevada. No quiero, Señor, limitarme a decir verdades frías. Quiero ser “verdad”.
2.- Lectura reposada del evangelio: san Mateo 23, 23-26
En aquel tiempo Jesús habló diciendo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, ¡la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! hipócritas, que purificáis por fuera la copa y el plato, ¡mientras por dentro están llenos de rapiña e intemperancia! ¡Fariseo ciego, purifica primero por dentro la copa, para que también por fuera quede pura!
3.- Qué dice el texto bíblico.
Meditación-reflexión
Nos llama poderosamente la atención que Jesús, el bueno y dulce Jesús, el de la compasión y la misericordia, fuese tan duro con los escribas y fariseos. Les llama “hipócritas”. Una palabra que significa “actor de teatro”. Sabemos que el buen actor, cuando se levanta el telón, tiene que cumplir bien su papel. Y cuando se cierra el telón, comienza ya su vida privada que nada tiene que ver con lo que ha representado en el teatro. Lo que condena Jesús es que “se haga teatro con las cosas de Dios”. Y eso se hace cuando se “comercializa el culto”, cuando “se hacen negocios” con las cosas religiosas. Y, sobre todo, uno es hipócrita cuando lo que dice no coincide para nada con la vida. Jesús tenía autoridad porque echaba su vida por delante: primero hacía, obraba, y después hablaba. Las páginas más bellas del Evangelio, las bienaventuranzas, son expresión de lo que Jesús está viviendo por dentro. Y la oración del Padrenuestro es la manifestación de aquella experiencia inefable y maravillosa que Él ha tenido con el Padre. San Pablo nos dice: “Creí y por eso hable” (2Cor. 4,13). Sólo podemos hablar de aquello que creemos, es decir, de lo que Dios hace en nosotros. Y a eso se llama ser “honrados”. A los cristianos no sólo se nos exige “no decir mentiras” sino vivir en la verdad. No podemos vivir de fachada. Por eso amonesta el Espíritu Santo a la Iglesia de Sardes: “Tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto” (Apoc- 3,1).
Palabra del Papa
El pueblo se lamenta delante del Señor porque no escucha sus ayunos. Es necesario distinguir entre el ayuno formal y el real. Para el Señor no es ayuno no comer carne y después pelear y explotar a los trabajadores. Por esto Jesús condenó a los fariseos porque hacían muchas observancias externas, pero sin la verdad del corazón. Sin embargo, el ayuno que quiere Jesús es el que rompe las cadenas injustas, libera a los oprimidos, viste a los desnudos, hace justicia. Este es el verdadero ayuno, el ayuno que no es solamente externo, una observancia externa, sino que es un ayuno que viene del corazón. […] No es buen cristiano el que no es justo con las personas que dependen de él. Y no es buen cristiano el que no se despoja de lo necesario para él para dar al que lo necesita. Es esto, es doble, a Dios y al prójimo, es decir, es real, no es meramente formal. No es no comer carne solamente el viernes, hacer algo, y después hacer crecer el egoísmo, la explotación del prójimo, la ignorancia de los pobres. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 20 de febrero de 2015, en Santa Marta).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. (Guardo silencio)
5.- Propósito: No hablar nada de lo que no haya experimentado.
6.- Dios me ha hablado hoy por medio de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, dame tu fuerza y tu gracia para detestar la mentira, la doblez, la hipocresía. Que mis labios jamás se tuerzan ante lo indecente, lo indecoroso. Que jamás mis pies caminen por la senda del error, del engaño, de la maldad. Hazme recto, noble, coherente, cabal. Y que mi vida sea una transparencia de la tuya. ¡Gracias, Señor!