El pasado 22 de junio tuvo lugar la bendición del nuevo “Catecumenium” (sala de celebraciones de las comunidades neocatecumenales y otras actividades parroquiales) para la Parroquia de San Pedro Arbués de Zaragoza por parte del arzobispo D. Carlos Escribano Subías. El pastor de la diócesis estuvo acompañado de varios sacerdotes y seminaristas. Entre ellos, D. Jorge Castro Trapote, párroco de San Pedro Arbués y D. Salvador Francisco David Llácer, responsable del equipo itinerante de catequistas del Camino Neocatecumenal en Aragón y Soria.
Entre los asistentes a la solemne eucaristía, estuvo presente el autor del icono que preside la principal sala celebrativa, D. David López Ribes. El pintor valenciano desarrolla desde 1999, junto al iniciador del Camino Neocatecumenal, Kiko Argüello, y un equipo internacional de pintores, una nueva estética para la Iglesia Católica en seminarios, iglesias y espacios litúrgicos en todo el mundo. Su trabajo fue reconocido con el Premio de las Academias Pontificias en 2012, otorgado por el Papa Benedicto XVI por su contribución al desarrollo del humanismo cristiano en el arte contemporáneo.
El icono del Catecumenium reproduce el pasaje evangélico en el que, estando reunidos los discípulos a puerta cerrada por temor a los judíos, entró Jesús y, poniéndose en medio de ellos, dijo: “la paz con vosotros”.
En la explicación del icono, el autor insistió en alguna de las ideas que ya desgranó en su conferencia del día anterior, en el Patio de la Infanta de Zaragoza. En particular, se refirió a la importancia de la “vía pulchritudinis” (el camino de la belleza) en orden a la evangelización. Esta idea ha sido destacada por los últimos pontífices, que han insistido en que no se trata solo de utilizar la riqueza del pasado, sino de encontrar una nueva expresión de la fe en las formas del arte contemporáneo. En el fondo sabemos que solo amamos lo que es bello, y que para llegar al hombre moderno hay que hacerlo con el arte de su tiempo: “La razón busca, pero el corazón es el que encuentra”; la verdad a veces es árida y difícil; la bondad plantea la dificultad en el hacer; la belleza, sin embargo, nos fascina y nos atrae. Por eso permite un acceso mucho más intuitivo al ámbito de lo sagrado.
En un encuentro con los sacerdotes de la diócesis de Roma en 2009, Benedicto XVI confesaba que “con la Palabra debemos abrir lugares de experiencia de la fe a aquellos que buscan a Dios. Así lo hizo la Iglesia antigua con el catecumenado, que no era simplemente una catequesis, algo doctrinal, sino un lugar de experiencia progresiva de la vida de la fe, en la cual se revela también la Palabra, que sólo se hace comprensible si se interpreta con la vida, si se realiza con la vida. Por tanto, junto con la Palabra, me parece importante la presencia de un lugar de hospitalidad de la fe, un lugar en el que se hace una experiencia progresiva de la fe. Y aquí veo también una de las tareas de la parroquia: ofrecer hospitalidad a quienes no conocen esta vida típica de la comunidad parroquial. No debemos ser un círculo cerrado en nosotros mismos. Tenemos nuestras costumbres, pero de cualquier modo debemos abrirnos e intentar crear también vestíbulos, es decir, espacios de acercamiento. Uno que estaba alejado no puede entrar inmediatamente en la vida formada de una parroquia, que ya tiene sus costumbres. Para él, de momento, todo es muy sorprendente, lejano de su vida. Por tanto, debemos tratar de crear, con ayuda de la Palabra, lo que la Iglesia antigua creó con los catecumenados: espacios donde se pueda empezar a vivir la Palabra, a seguir la Palabra, a hacerla comprensible y realista, correspondiendo a formas de experiencia real”.
Este es el sentido primordial de este Catecumenium: convertirse en un nuevo “atrio de los gentiles”, un lugar de encuentro y acogida para los más descreídos, para aquellos alejados de Dios; una ventana, en fin, al servicio de la nueva evangelización.
