Creo, y ojalá no me equivoque, que el dibujo tan crítico y sugerente de Gina Almonte Hernández, que acompaña este artículo, va perdiendo actualidad. Ya no ayudamos así. Vamos descubriendo la humillación que supone para el que recibe la ayuda al convertirlo en ‘objeto’ para nuestro autobombo personal.
La frase me parece genial. Y la imagen, mucho más.
A los cristianos ya nos lo dijo bien claro Jesús, dando autoridad divina a algo que criticamos porque humilla y ofende a la dignidad de las personas. Si hiciéramos caso a Jesús: “Pero tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha…”, nunca hubiera sucedido esto entre nosotros.
No obstante, tenemos que seguir purificándonos, convirtiéndonos. Porque la tentación del exhibicionismo o de que sepan el bien que hago o hacemos, nos sigue tan de cerca que la llevamos dentro.
Detrás de esos gestos nobles, generosos, solidarios, se esconde el virus letal, que lo arruina todo: la propaganda que humilla a los que reciben y exalta a los que dan. Aunque ya no va siendo así, gracias a Dios y a la mayor valoración cada día de la dignidad humana de toda persona. Los que ‘ayudan así’ ya no reciben ningún parabién desde la gente sencilla, ni desde la sociedad en general. Ni desde nadie.
“Cuando ello pasa, entonces ese gesto reivindicador y justiciero se torna en opresor, burlador y hasta canalla”.[1] ¿Los pobres necesitan pagar tan alto precio?
Es un auténtico insulto y una indecente humillación, ‘ayudar así’ a quien lo necesita. Más aún, si los publicitarios samaritanos, después de hacer su obra ‘solidaria ayudando así’, para certificar su hazaña, cuelgan fotografías en sus redes sociales, con el solo criterio de exhibirse. Así pasan por alto el derecho a la imagen, al honor y a la intimidad, de los “pobrecillos” redimidos por su solidaridad ‘publicada’.
Y podemos humillar, aun sin pretenderlo.
Una calle importante de Cochabamba. Una señora, con su niño en brazos. Sentada en la acera. Pide limosna. Un ingenuo, que soy yo, pretende hacerle una foto con la ‘buena intención’ de publicarla en esta sección titulada entonces ‘Ser persona hoy’ y hablar de la injusta pobreza en nuestro mundo. La señora baja la cabeza y “por favor, no”, me dice. Caigo en la cuenta de mi ofensiva ‘buena intención´, y le doy -menos mal- las gracias por la lección gratuita que ha dado a mi ‘ofensiva solidaridad’.
Los pobres son seres humanos. No se puede pisotear su dignidad. Poseen el derecho a la imagen, al honor y a la intimidad. Son derechos fundamentales de la persona. Nadie puede olvidar estos derechos: tampoco la solidaridad. La solidaridad que no respeta la dignidad ni los derechos de la persona, deja de ser solidaridad para convertirse en ofensa o infravaloración de un ser humano. Se trata, pues, de una cuestión de dignidad. Si les damos comida, ¡qué bien!, pero no les pidamos como recibo una foto de ‘mi solidaridad’.
La generosidad no necesita publicidad. Y como decía una buena señora: “Dale comida, pero no le saques fotos. Si le das algo, no le pidas a cambio su dignidad; aquella, que solo es suya, y con la que no se puede jugar”.
“Quizás el que anuncia con trompetas su limosna hace el bien, pero no es bueno. Y cuando no haya trompetas dejará de hacer el bien. La limosna del que la hace en secreto es la de una persona buena, que es solidaria en toda circunstancia. El primero hace el bien, pero no es bueno. Este bien que hace sirve para aumentar su orgullo y su vanidad. El segundo hace el bien porque es bueno. Este bien que hace es agradable a los ojos de Dios”.[2]
[1] Martín Gelabert. Religión Digital – 04.07.2020.
[2] Ibidem,