Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo de la Santísima Trinidad – B – (26/05/2024)
La Palabra de este domingo me ha producido un fuerte contraste: la primera lectura nos ha recordado que Moisés dijo al pueblo: «Reconoce que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro». Cuando rezo reconozco la inmensa distancia entre el Dios que da consistencia a cielo y tierra, y mi humana limitación. Pero en la segunda lectura (Rom 8, 14-17), el apóstol Pablo invitaba a dejarnos llevar por el Paráclito, que vino a nosotros el pasado domingo, y a atrevernos a llamar a Dios “papá”, con la familiaridad con la que un niño dice: “mamá” o “papá”, refugiándose en sus padres, y a tanto no me atrevo.
– Pues atrévete -ha replicado Jesús poniendo una taza de café a mi alcance-. La Iglesia, guiada por el Paráclito, al invitaros a rezar el “Padre nuestro” os dice: «Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza nos atrevemos a decir…» Es el Espíritu Santo el ‘culpable’ de ese atrevimiento.
– Ya sé que Pablo escribió: «Hemos recibido, no un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre)». Y que los evangelios han conservado la palabra aramea Abba, como prueba de la familiaridad con la que tú hablabas con Dios. No me sorprende que tú le tratases con tanta confianza, pero nosotros…
– Sigues olvidando que en el sermón de la montaña os dije´: «cuando recéis no seáis palabreros, como los paganos, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de que se lo pidáis» (Mt 6, 7-8). Dije esto no para acortar vuestro tiempo de oración, sino para descubriros que, al orar, habláis con un “padre” que os quiere tanto o más de lo que vosotros amáis a vuestros hijos.
Me he quedado como electrizado escuchando su razonamiento y he recurrido al café mientras encontraba la palabra adecuada para expresar lo que me rondaba por la cabeza. Por fin he tomado un sorbo y le he dicho:
– ¡Consuela tanto que me digas que el Padre sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos…! Pero, entonces ¿para qué rezar? Perdóname, pero comprende mi perplejidad…
– Quedas perdonado y comprendo tu perplejidad -me ha dicho sonriendo-. Uno de mis amigos más sinceros, Agustín de Hipona, San Agustín para que me entiendas, ya respondió a mediados del siglo IV a lo que te tiene perplejo. En su carta a una cristiana de nombre Valeria Proba escribió: «Puede resultar extraño que nos exhorte orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara». Proba siguió el consejo de Agustín, abrió su espíritu al Padre en la oración y recibió sus dones con abundancia.
A punto de comentar esta reflexión he mirado de reojo el reloj y le he dicho:
– Veo que se nos ha ido el tiempo sin hablar de la Santísima Trinidad, cuya fiesta hoy celebramos.
– ¿No estamos hablando del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo? ¿Qué más quieres decir sobre la Trinidad? No hay mejor forma de honrarla que dejándoos llevar por mi Espíritu. Si lo hacéis como escribió Pablo a los cristianos de Roma, Él os hará gritar ¡Abba! como si fuerais niños pequeños ¿No te parece suficiente?
– Es mucho más de lo que podía desear -he dicho acercando las tazas vacías a la barra-.