Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del II Domingo de Pascua – B – (07/04/2024)
A este segundo domingo de Pascua se le da el nombre de “domingo de Tomás”, porque todos los años se lee el mismo evangelio (Jn 20, 19-31), en el que el apóstol Tomás tiene gran parte del protagonismo. También se le llama “domingo de la Divina Misericordia”, desde que el papa Juan Pablo II pidió al pueblo cristiano, en el año 2000, que «afrontase, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros». Confiado en que «su amor no tiene fin», voy a tomar con Jesús el café dominical.
– No sé por qué el Papa desvió nuestra atención hacia la “Divina misericordia” en este domingo; con lo estimulante que fue tu encuentro con Tomás… -he dicho en cuanto hemos tenido los cafés al alcance de la mano-.
– Pues porque una cosa se apoya en la otra -me ha respondido con su café en la mano-. ¿No crees que mi encuentro con Tomás estimula vuestra confianza en la benevolencia del Padre? Tomás estaba tan aturdido por lo que había ocurrido conmigo durante la Pascua que no era capaz de recordar mis promesas ni de aceptar el testimonio de sus compañeros. Quería comprobar por sí mismo tocando y palpando. Las amargas horas de mi pasión lo habían convertido en un racionalista radical, de los que sólo creen lo que ven…
– Es que fue muy fuerte ver lo que hicieron contigo y soportar al mismo tiempo tanto silencio de Dios -me he atrevido a replicar tratando de justificar a Tomás-.
– Pero yo se lo había dicho. ¿Cuántas veces les manifesté «que yo debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día»? (Mt 16, 21). Los evangelistas recogen tres veces este anuncio -ha dicho en tono conciliador-. ¿Por qué no se tomaron en serio mi anuncio?
– Porque, cuando se habla de sufrir, hacemos oídos sordos y al mismo tiempo olvidamos que nuestras maldades siempre acarrean efectos secundarios no deseados…
– … que producen dolor a los inocentes -ha añadido-. Menos mal que, como dijo el profeta Oseas, el Padre “es Dios y no hombre”: además de hacer justicia a los oprimidos, no guarda rencor perpetuo y os concede un tiempo de gracia y misericordia esperando vuestra conversión. Por eso, salí al paso de Tomás, le mostré las manos y el costado, y esperé que me reconociera. Y, con un admirable gesto de humildad, me reconoció como su Dios y Señor.
– Entonces, la fiesta de la “Divina misericordia” ¿tiene que ver con la reacción de Tomás? -he dicho cogiendo la taza del café entre mis manos-.
– No lo dudes. Juan Pablo II no era un ingenuo; había sufrido en su carne los horrores de una guerra terrible y los sufrimientos de una férrea dictadura. Al comenzar el tercer milenio hizo una llamada al mundo, que algunos tacharon de catastrofista. Pero, al poneros en guardia frente a “las dificultades y las pruebas que esperaban al género humano en los años venideros”, no se equivocaba. Vais a cumplir el primer cuarto del siglo XXI y ¡cuánta destrucción y guerra!, ¡cuánta inconsciencia ante el cambio climático!, ¡cuánta injusticia, corrupción, maltrato y dolor de mis pequeños e inocentes hermanos venís provocando y soportando! Sin olvidar la permanente amenaza de otra conflagración mundial, que sería una catástrofe. ¿No hay motivos más que sobrados para suplicar a la Divina Misericordia que os proporcione esa sensatez de la que el mundo carece?
– Menos mal que tu resurrección nos anima a esperar que resucitaremos contigo a una nueva forma de vivir -he concluido mientras me disponía a pagar la consumición-. De todos modos, ¡feliz domingo de la Divina Misericordia!