27 de marzo. Miércoles Santo. En medio de la Semana Santa. Vacaciones de primavera para algunos. Es su legítima opción. Que lo disfruten y lo pasen genial.
Otros celebramos la Semana Santa de manera diferente. No porque seamos mejores, sino porque lo elegimos. Lo disfrutamos y lo pasamos genial en el exterior y en el hondón del corazón. La celebramos desde la fe y, ojalá, desde la decisión consciente y amorosa de llevar a nuestra vida la entrega del Crucificado-Resucitado para bien de los que nos rodean o de quienes se fijen en nosotros.
Un amplio y numeroso grupo, como espectadores. Ya lo hemos visto en el Domingo de Ramos y su procesión. Es su legítima opción. Que lo disfruten y lo pasen genial. Nos alegramos con ellos y por ellos.
Incluso hemos visto a quienes van a recoger el ramo bendecido después de la Eucaristía, pero sin participar en ella, para colocarlo en medio de sus campos o en sus balcones y que así proteja sus campos y a ellos. Los respetamos. Pero no deja de ‘sonar’ a magia lo que hacen. Benditos ellos.
Y benditos también quienes solo llegan al Viernes Santo y olvidan el final esperanzador y glorioso de la Resurrección del Señor.
Así es la Viña del Señor que Él tanto cuida y ama. Y que, a veces, solo da agrazones, como nos recuerda Isaías.
“Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña: Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diera uvas, pero dio agrazones. Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sean jueces entre mí y mi viña. ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones?” (Is 5,1-4)
Pero el Señor sigue amando, cuidando y entregándose a su viña, aunque ésta siga dando agrazones. Así es nuestro Dios. y así somos, a veces, nosotros.
La Semana Santa (su centro: el Triduo Pascual) es la celebración gozosa y realista de la pasión, muerte y resurrección del Señor.Fue una semana como esta cuando comienza la salvación de cada uno de nosotros, incluso de los que matan, incluso de los que callan. La entrada de Cristo a lomos de una borriquilla fue el inicio, por parte de Dios, de la gran explicación de lo que hay el corazón de Dios y del sentido de la vida: el amor
Cristo, en estos momentos, como aquella semana, entra en nuestra vida para morir por nosotros y ser resucitados en Él. Necesitamos pasar de la rutina a la vivencia, de ser entusiastas de la Semana Santa, y sin dejar ese entusiasmo, a ser seguidores de Jesús, dejar de ser espectadores de Cristo para decirle con fe que queremos ser más cristianos.
Demos un cambio paratomar en serio la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, para no volver el rostro ante las pasiones que hay a nuestro alrededor. En este sentido, meditar el amor de Cristo manifestado en su dolor es necesario, imprescindible. Contemplar las procesiones es bello, sin duda. Pero solo es el primer paso, que a veces puede ser como una cortina espesa que no nos permite ver nuestros dolores y los de nuestro pueblo.
Para que esto no nos suceda, tenemos los católicos unaruta diferente para estos días: Hacer silencio, cerrar los ojos de la cara y abrir los ojos del alma para ver la otra Semana Santa. Debemos ir juntos al Calvario con nuestras cruces y con las cruces del mundo. Al Calvario donde, sin ir más lejos, sufren700 millones de personas que viven con menos de dos euros al mes,el Calvario de nuestros jóvenes que se están suicidando, el Calvario de tanta gente que vive sola, el Calvario de nuestra desigualdade inequidad, el Calvario de los cristianos que sangran y sufren, el Calvario de tantos que viven en medio de guerras y violencias de todo tipo, especialmente mujeres y niños.
La fe no es una butaca para esperar la vida eterna ni es un escudo de rezos y prácticas para aclamar y luego crucificar. La fe es un don, un riesgo y un compromiso. Los cristianos, por tanto, estamos llamados y urgidos a pasar de serespectadores de lo que pasa en nuestro mundo a testigos con nuestras vidas del amor entregado del Señor. La cruz de Cristo no puede ser un obstáculo para ver las otras cruces que hay a nuestro alrededor. Es todo lo contrario. Porque no solamente recordamos el pasado, sino que contemplamos y nos comprometemos ante las cruces en que Cristo sigue crucificado.
Miremos a Cristo como seguidores y no solo como admiradores de su mensaje.
Así nuestra Semana podrá ser SANTA, aun contando con nuestras debilidades. Pero no será la de espectadores con quienes nada tiene que ver esta Semana en su corazón y en su vida.[1]
[1] Artículo inspirado en la homilía del Domingo de Ramos del Cardenal COBO, Arzobispo de Madrid