“Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo” (Jn 8,59)
“Jesús ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se retiró a la región vecina del desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con sus discípulos”. (Jn.11,54)
¿Cuál es el motivo por el que Jesús se tiene que esconder? Nos lo dice el evangelio: “Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, dijo: Conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera”. (Jn 11,50) Y se refería a Jesús. Además: “Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado diciendo que el que se enterase de dónde estaba (Jesús) les avisara para prenderlo”. (Jn 11,57)
Estas afirmaciones evangélicas ponen en cuestión, mejor: niegan, esa actitud y sentimiento de Jesús ante la cruz, que en ocasiones hemos edulcorado diciendo que Jesús abrazó la cruz como algo deseado por Él y establecido por el Padre. ¡Qué manera tan simple y equivocada de presentar la actitud de Jesús ante la cruz! Masoquismo, el gusto por el dolor, el dolor por el dolor. Así no puede ser Dios.
Jesús sabía que el dolor por el dolor no salva. Él no es un masoquista de libro. Por eso todos, también Él, huimos del dolor. Aunque algunos siguen pensando que el dolor por sí mismo salva
El dolor salva cuando va unido o surge del amor. Lo que salva es el amor, no el dolor.
Nos lo dice de modo solemne, abiertamente profético, el evangelio de Juan: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1)
Sí, Jesús se escondía. Pero nunca su amor llegó a rechazar el dolor, como expresión de amor y fidelidad a su Padre y a todos sus hermanos.
Sí, Jesús rechazaba el dolor. “Empezó a sentir tristeza y angustia […] Que pase de mi este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú, […] De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad” (Mt 26,37.42).
Rechazo del dolor. Claramente. Aceptación en fidelidad y amor hasta entregar la vida. Esa fidelidad y amor es lo que nos salva. El signo de que ese amor es real, auténtico, total, es la aceptación del dolor por amor. El que huye del dolor por la persona amada es que el amor por esa persona no existe.
Ahí tenemos la lucha de Jesús entre el miedo al dolor y la voluntad del Padre. Que tampoco quiere el dolor. El Padre y Jesús aceptan que el amor, si retrocede ante el dolor, deja de ser amor. Y Ellos, que son Amor, el Amor, aceptan la realidad: en este mundo, la mayor prueba de amor es asumir el dolor por aquellos a quienes se ama.
Jesús se esconde. Eso lo hace humano, por si quedaba alguna duda. La situación es terrible, pero no huye. Él está dispuesto a entregarse hasta el final porque ama al Padre y a los hermanos.Cuando hubiese que dar la vida, Jesús la daría. Nadie se la iba a arrebatar, porque el mismo la entregaría. Pero dice el evangelio que se retiró con sus discípulos a la ciudad de Efraín, en el desierto.
No es cobardía… ¡toda su vida había dado la cara, había hablado y actuado claramente! Pero, hombre como es, tiene miedo ante el dolor. De lo contrario, dejaría de ser hombre. Y, por eso, se esconde.
Que Jesús se esconda y no se deje apresar, lo hace totalmente humano como nosotros. Así lo sentimos más cercano en todo, menos en el pecado. Y huir lo hubiera convertido en pecador como nosotros. Él temía al dolor, no lo quería. Pero pudo más el amor que se muestra puro y entero en el dolor.
Y en ese sentido, tiene razón el Sumo Sacerdote del Templo: “Conviene que un hombre muera por el pueblo”. Por todo el pueblo, por toda la humanidad. Que haya un Hombre que muestre que la entrega a una misión por los demás es lo que dignifica y da valor a la vida de una persona.
No convirtamos la Semana Santa en un chiste de Agustín de la Torre.
Jesús Moreno
20 marzo 2024