La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso y fundamental que estamos llamados a vivirlo con el debido compromiso. Cada año, la Cuaresma nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristianos, y nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad que se concreta en obras, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención, la vida nueva en Cristo (cf. Prefacio I de Cuaresma).
Esta misma vida en Cristo ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando al participar de la muerte y resurrección del Señor comenzó para nosotros la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo. Es bueno caer en la cuenta de que el Bautismo no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.
El Bautismo que está en el inicio de la vida cristiana, está también en el centro de nuestro reto pastoral de este curso: queremos renovarnos en el bautismo, para anunciar el evangelio a todos. La cuaresma es un tiempo propicio para hacer experiencia de esa renovación bautismal a la que somos llamados en VITA. Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. (Cfr. Benedicto XVI, mensaje para cuaresma 2011). Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar “con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal” (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma es un tiempo propicio para ello.
En este tiempo de gracia, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos mueve a redescubrir nuestro Bautismo. Lo que el Sacramento del Bautismo significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Desde ese redescubrimiento, desde esa renovación, nos sentiremos enviados a proponer con alegría el evangelio, buscando nuevos caminos para anunciarlo. ¡Santa y fructífera Cuaresma para todos!