Sobre lo serios deberes de su vida cristiana, encuadrados en el amplio caserón de su parroquia, arriba en lo alto se yergue, como flor de ensueño y como aspiración ideal, la amada ermita de la Candelera en Salas Altas. A ella vuelan sus pensamientos en sus necesidades y a ella consagran también sus alegrías en sus oasis de vida con alegres romerías
e íntimas devociones.
Entre los sucesos prodigiosos que de ella se cuentan, hay uno del que se instruyó expediente, que aún se conserva en el archivo diocesano, y que por tanto no todo es fábula. Alcanzado por furiosa tormenta, un vecino de Barbastro, de nombre Antonio Granado, en el molino de Alquezar, llamado de los Racioneros, fue llevado por la furia del viento, que primero lo elevó en el aire y, cual si fuera una paja, lo siguió arrastrando por encima de las sierras, a una legua de distancia, hasta la ermita de la Candelaria. Al pasar por encima de ella, en medio de su pavor y espanto, al ver a sus
pies la conocida ermita, se encomendó de todo corazón a la Virgen de la Candelaria, invocándola de lo más profundo de su alma, y con gran sorpresa suya aterrizó en su misma puerta, sin haber sufrido el menor daño en su caída. El hecho es referido y testificado por varios, aunque algunos años después. La frecuencia con que ahora se surca el aire da actualidad a este suceso, que para gloria de la Virgen de la Candelaria he querido aquí consignar.
La imagen original, que era de alabastro, fue destruida en 1936 y se conservan de ella tan solo algunos restos. La que actualmente se venera es nueva, regalo de Marcelino Plana, fabricante de Barcelona y bienhechor del pueblo.