Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXXI domingo del tiempo ordinario – A –
Según los expertos, gran parte de los cristianos de la comunidad para la que Mateo escribió su evangelio procedía del judaísmo. Después de la destrucción de Jerusalén, los fariseos se atribuyeron autoridad exclusiva para interpretar la Ley de Moisés. Algunos cristianos de origen judío continuaban siguiendo las enseñanzas de los maestros fariseos y esto hizo que Mateo recordara a sus lectores las palabras de Jesús que hoy hemos escuchado en el Evangelio (Mt 23, 1-12): «Cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen». Con esta dura advertencia, Mateo inicia en su relato una larga crítica a los que rechazaron a Jesús…
– Hoy no te has cortado un pelo -he soltado a bocajarro nada más encontrarme con él-.
– ¿Piensas que fui demasiado duro? -me ha replicado con una sonrisa-.
– Permite que te lo diga sin rodeos: si de mí dices lo que dijiste de los maestros fariseos, igual no vuelvo a hablarte -le he respondido sin atreverme a mirarle-.
– Entonces hubieras perdido la oportunidad de ser una persona honesta -me ha respondido con calma mientras se disponía a degustar su café-. No importa tanto la dureza de las palabras cuanto la verdad que reflejan. Y bien sabes que todo lo que dije de ellos era la pura verdad, aunque nadie se atreviera a decírselo a la cara. Ésta es la tragedia de los hipócritas: no toleran que se les diga la verdad y así nunca llegan a corregirse.
– En este mundo, la verdad cotiza a la baja -he dicho mirando mi taza de café; luego he tomado un sorbo y he añadido-: ¿Recuerdas con qué desprecio te respondió el gobernador romano: “¿qué es la verdad?” cuando, en el proceso del que saliste condenado a muerte, le dijiste que tú habías venido para ser testigo de la verdad?
– ¿Cómo podría olvidarlo? -me ha respondido-. Pero, mal que os pese, la veracidad es indispensable para que tengáis dignidad y viváis en paz. Cuando uno hace propaganda de sí mismo, termina desprestigiado a los ojos de todos; quien contradice con sus hechos lo que ha proclamado con sus palabras, logra que no se le tome en serio y el pueblo deja de creer en él, aunque le adule o guarde silencio en su presencia; si, además, tiene poder y lo ejerce, sólo cosecha reverencias de los esclavos y, como dijo uno de vuestros poetas: “cuando se ha conocido lo que es ser amado por hombres libres, las reverencias de los esclavos no nos dicen nada”; en fin, cuando alargáis las filacterias y buscáis los asientos de honor, tal vez consigáis una foto llamativa, pero a costa de sembrar la discordia y el desánimo en la buena gente…
– La historia proporciona ejemplos elocuentes de lo que estás diciendo -he interrumpido-.
– Por eso no estuvo de más mi advertencia, aunque te haya desagradado. ¡Ay de aquellos que «lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar»! Antes o después quedarán desautorizados, pues no buscan la voluntad del Padre, sino que se buscan a sí mismos -ha exclamado con tristeza-.
– Por eso agradezco tu invitación, cuando dijiste: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30). Por cierto, un fardo con el que tú cargaste el primero -he concluido-.
– Es el Padre quien descubre la verdad a la gente sencilla -me ha dicho con tono de confidencia. Y ha añadido:
– Que para vosotros lo que importa no sean los títulos, los honores y el poder, sino la fraternidad, porque «uno solo es vuestro padre, el del cielo». Después hemos pagado y quedado para el próximo domingo.