La llegada del Reino es imparable

Pedro Escartín
15 de julio de 2023

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XV domingo del tiempo ordinario – A –

Hoy Jesús comienza a revelar los “secretos del Reino” a través de parábolas. La del sembrador (Mt 13, 1-23), refleja el modo como se realizaba en Palestina la siembra en tiempos de Jesús: se sembraba antes de arar. Eso explica que parte de la semilla cayera en el camino, entre zarzas o en un pedregal. En cuanto hemos tenido los cafés al alcance de la mano le he dicho:

– El sembrador de tu parábola no fue muy cuidadoso que digamos; buena parte de la semilla cayó donde no podía dar fruto.

– El sembrador de mi parábola sembró como entonces lo hacían todos; yo me limité a describir lo que había visto hacer cada otoño. Con esta parábola no pretendí mejorar el modo de sembrar de mis paisanos, sino otra cosa -me ha respondido con una sonrisa-.

– Entonces, ¿qué pretendiste? -he dicho un poco intrigado-.

– Algo en lo que frecuentemente no os fijáis: animar a los que han escuchado el anuncio de que el reinado de Dios está llegando. Algunos se decepcionan porque el Reino tarda en llegar. A estos quise decirles: ¡Ánimo! A pesar de que todavía está oculto, la llegada del Reino es imparable y el resultado final será maravilloso, incalculable.

– En el texto que se nos ha leído no aparece esto que dices -he replicado con sorpresa-.

– Has de leer entre líneas -ha continuado-. En aquel tiempo, si una cosecha producía siete granos por cada grano sembrado era una buena cosecha. En mi parábola, anuncié una cosecha de treinta, sesenta o ciento por uno: una cosecha magnífica, casi exagerada; la llegada del Reino, además de imparable, será maravillosa, incalculable…

– O sea, que en tu parábola no explicas cómo hay que acoger la semilla, sino que animas a confiar que la cosecha será magnífica.

– Las dos cosas, pero sobre todo esto último -me ha replicado-. Recuerda que añadí: «el que tenga oídos que oiga». Así me hice eco del profeta cuando dice: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo…». Antes de contar esta parábola soporté frecuentes críticas de los fariseos y de otros dirigentes del pueblo, que no aceptaban los signos del Reino que yo hacía. Isaías ya les había anunciado que oirían sin entender y mirarían sin ver, pero a mis discípulos les dije: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene».

– Sí, lo recuerdo. Pero esas palabras no parecen tuyas; siempre me han sonado a injustas y, ¡con perdón!, poco cristianas -he dicho atropelladamente-.

– Pues son la clave para que entiendas el misterio que late en la acogida y el rechazo del Reino. Esas palabras son un proverbio campesino con el que se reconoce que el que tiene con abundancia puede aumentar su patrimonio, pero el que apenas tiene acaba perdiéndolo todo. Yo las apliqué a los que acogen el Reino con fe; esos están en camino de descubrirlo con más profundidad, pero los que lo acogen superficialmente terminan por abandonarlo…

– ¿Y dónde queda la explicación de la parábola que viene a continuación? -he dicho tomando un sorbo del café que se estaba enfriando-.

– La explicación de la parábola habla por sí misma. El evangelista recogió la explicación, que muy pronto hicieron las comunidades cristianas, aplicándola a su propia situación; una explicación muy útil, si no se olvida lo anterior -ha dicho invitándome a ponernos en marcha-.

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