Javier Valenzuela es un preso zaragozano, actualmente en régimen de tercer grado, en semilibertad, cumpliendo en el CIS de Zaragoza. Él acaba de peregrinar a Lourdes y recien llegado cuenta a Iglesia en Aragón su vivencia.
«Yo esperaba ser libre, pero Dios tiene sus propios planes para cada uno de nosotros»
Madre Teresa de Calculta
Desde el 30 de junio al 3 de julio he tenido la dicha y privilegio, junto con otros cuatro internos de las prisiones de Teruel, Daroca y Zuera (Vicente, Graciniano, Mario y Curro), y cuatro miembros de la pastoral (Isabel, Teresa, Manolo y Juan Antonio), de asistir otra vez como voluntario a la peregrinación anual que organiza la Hospitalidad de Ntra. Sra. de Lourdes de Zaragoza.
Cuatro días intensos de actos litúrgicos, de oración, plegarias, penitencia, procesiones y otras actividades en las que hemos participado más de 400 personas, que llegamos desde Zaragoza en 7 autobuses tras unas horicas de viaje, entre sacerdotes, enfermos, voluntarios -vestidos con el característico uniforme de “camillero” o “enfermera”-, y peregrinos, llegados desde diferentes localidades aragonesas y otros foráneos, acompañados por el Arzobispo de Zaragoza Monseñor Carlos Manuel Escribano, que en su mayoría peregrinábamos a Lourdes con la esperanza y la fe de encontrar un milagro.
Es una peregrinación que te llena, te pone las pilas, te recarga para volver otra vez a la lucha constante del día a día. Es un encuentro con el Señor, con los hermanos, con la Virgen… Muy recomendable.
Desde el mismo momento en que partíamos del puente de Santiago, incluso antes de llegar al destino, ya sentía como el espíritu y el alma se me agitaban, se me iban renovando. Los problemas y rutinas diarias dejan de tener importancia y, en su lugar, se pone de manifiesto lo que Jesús y su Madre nos enseñaron, cuidar y amar al prójimo.
Todo fue muy gratificante. No importaba el esfuerzo, el cansancio, las interminables horas de autobús. Nada de eso impidió que hubiera un ambiente alegre, sencillo, acogedor, sincero, de entrega, de cuidarnos unos a otros. He visto y vivido auténticos derroches de paciencia, espera, atención y cariño. Y no solamente con los que, sin duda, lo necesitaban; todos nos hemos cuidado y servido como hermanos en la fe que somos.
Impresionante la labor de los voluntarios, de cualquier edad, muchísimos jóvenes (que hermosa garantía de futuro), era increíble… Llenos de espíritu de trabajo, servicio, caridad, misericordia y ternura. Una experiencia que toca el corazón.
A mí, el Señor me concedió en ese viaje la posibilidad de servir como voluntario/carretillero a uno de los enfermos, a Pablo, un fortachón de Zaragoza. No paré de hablarle y escucharle, de reírme con él, abrazarle, acariciarle, dándole la mano constantemente…, y él conmigo, claro, a pesar de mis torpezas como conductor de carros que le hacían sonreír (no pocas veces me chocaba con la rueda del compañero de al lado o pisaba al realizar el giro algún bordillo, y cuando aceleraba o frenaba bruscamente sin avisar). Aproveché para saludar al acompañante del año pasado, Jesús, de Berdún. El reencuentro fue fantástico, memorable, sigue siendo la bellísima y entrañable persona que recordaba, ese gran devoto a la Virgen María, y muy merecedor, sin duda alguna, de la medalla de oro que la Hospitalidad le entregó en la Basílica del Rosario.
Y como damas, sí, digo bien, damas en plural (todo un lujo), Tere y Pilar, ambas de Fuentes de Ebro. El tiempo lo dirá, y el Señor dispondrá, pero mi encuentro con ellas fue providencial. Todo corazón, llenas de entusiasmo, de alegría, piedad y de fe, y además compartimos muchas inquietudes espirituales. Miraba a Pablo, miraba a Tere o a Pilar, a los sacerdotes, a los demás enfermos, voluntarios, peregrinos, a mis hermanos los presos y a los de la pastoral penitenciaria, y solo veía a Jesús transformado en un cuerpo humano, y la necesidad de servir, de amar.
Personalmente aproveché para hacer balance del año, del cumplimiento de ese milagrico que me concedió hace doce meses, la posibilidad de acompañar y de ayudar a los reclusos, y reconozco que algo he hecho, siento que el Espíritu divino me confirma que el elegido es mi camino y el que debo de continuar. Me doy cuenta de cómo Dios poco a poco me va transformando y moldeando.
Me falta muchísimo, sí, pero ahora sé conscientemente que este cambio en mi vida me confirma hacia Él. Y, como no, he querido expresarle a la Virgen de Lourdes mi gratitud por llevarme hasta ella estos dos años, por presentarme a su Hijo y por cuidarme durante toda mi vida, acompañado por la promesa de volver de nuevo el próximo curso junto a los internos de las prisiones y con los voluntarios de la pastoral penitenciaria, si es posible y si es voluntad divina. Tampoco me he olvidado de agradecer a Santa Bernadette, desde julio del veintidós mi santa de cabecera, su enseñanza y ejemplo en esas bellas virtudes cristianas: inocencia, amabilidad, bondad, caridad y dulzura.