Mi carga es ligera

Pedro Escartín
8 de julio de 2023

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XIV domingo del tiempo ordinario – A –

Hoy comienza el evangelio (Mt 11, 25-30) con una oración de Jesús. ¿Cómo eran sus rezos? Por este texto sabemos que la oración de Jesús era ante todo “eucaristía”, es decir, acción de gracias al Padre y luego expresaba el motivo de su alegría; en este caso, su predilección por los sencillos. Me dan ganas de pedirle, como hicieron sus discípulos, que me enseñe a rezar…

– ¿Por qué estás cariacontecido? -me ha dicho nada más ver mi cara entristecida-.

– Porque, al escuchar tu oración en el evangelio de este día, me doy cuenta de que, después de tantos años, aún he de aprender a rezar -he replicado-.

– Nunca está de más que volváis a pensar cómo habláis con el Padre. Si el evangelio que hoy has escuchado te ha despertado las ganas de hacerlo mejor, deberías alegrarte -me ha dicho amablemente después de recoger los cafés-.

– Pero es que me da rabia el que me cueste tanto hacer bien lo que hago todos los días -he reconocido bajando la mirada mientras removía mi café con la cucharilla-.

– No seas arrogante -ha dicho mirándome a los ojos-. Recuerda que di gracias al Padre por haber revelado estas cosas a la gente sencilla, mientras permanecían escondidas a los sabios y entendidos. Aquella acción de gracias me salió del alma cuando los discípulos de Juan el Bautista, que ya estaba en la cárcel por ser fiel a su conciencia, me preguntaron: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». No pude menos de alabar a Juan por su coherencia. Si recuerdas mis palabras sobre Juan, que recogió el evangelista (Mt 11, 7-11), te darás cuenta de que era cierto lo que dije: «no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista». Pero los sabios y entendidos no le hicieron caso. Tampoco quisieron escucharme cuando anuncié la llegada del Reino de los Cielos, con tantas palabras y signos como hice a los ojos de todos; más bien me contradijeron muchas veces…

– Bueno, yo me refería a hacer bien la oración -he añadido después de escucharle-.

– Ya lo he entendido -me ha replicado con paciencia-. No olvides que en la oración se muestran los sentimientos más profundos y frecuentes que anidan en el alma. En aquella ocasión, que relata el evangelista, embargó mi corazón un sentimiento de gratitud porque la gente sencilla era la que escuchaba con corazón abierto el mensaje del Reino de los Cielos y lo percibía ya presente en los signos que yo hacía, mientras que los “sabios” y los “entendidos” buscaban una y mil razones para contradecirme.

– ¿Cuándo hablas de los “sabios” y “entendidos” te refieres a los maestros de la Ley y a los fariseos?

– ¿A quiénes, si no? -me ha respondido con presteza-. Ellos conocían la Ley de Moisés y estaban en condiciones de ver que en mi vida y mis palabras se cumplían los anuncios hechos por los Profetas, pero me rechazaban. Ésta fue su tragedia, pues «nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar», pero se resistían a reconocerme como el Hijo enviado a ellos para darles vida. Sólo Nicodemo y algún otro de los “entendidos” percibió algo del misterio de mi persona. Por eso añadí: «Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

– No como las cargas que los entendidos echaban sobre las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo querían moverlas -he añadido recordando otras palabras del Maestro-.

– Pues toma nota para cuando te pongas a rezar -ha concluido apurando su café-.

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