El domingo pasado celebramos la fiesta del Corpus Christi y el Día Nacional de Caridad. La palabra ‘caridad’, tan desprestigiada en el mundo por el deficiente uso que hemos hecho de ella los cristianos, tiene un significado realmente profundo. Viene del latín ‘caritas’, que también usamos en español refiriéndonos a la organización pastoral que atiende las necesidades de los empobrecidos (respetando su dignidad) y, a la vez, forma a las personas, crea puestos de trabajo… según sus posibilidades creadas con el dinero que recibe voluntariamente de tantas personas e instituciones civiles, vecinales y, sobre todo, religiosas.
El desprestigio de la palabra caridad le viene de que hemos contrapuesto caridad y justicia (bastante menos ya). La caridad solapaba o lo que debía hacerse en justicia. El ‘clásico’ ejemplo del ‘señor’ o ‘señora’ que no cumplía sus deberes de justicia y se la consideraba ‘muy generosa’ por sus limosnas, cuanto más publicas mejor.
«Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él». (Benedicto XVI. Deus caritas est. 1). Nada hay más profundo y comprometido que la Caritas -Amor- que Dios es.
Sin embargo, estamos en una sociedad en que muchos rechazan la fe cristiana y, de modo especial, ese concepto de caridad. Y no les falta bastante de razón. Razón poca o mucha que nos debe interpelar a los cristianos para profundizar en nuestra acción social.
Y, en un mundo plural, se acoge mejor otra palabra: Solidaridad. Nos guste o no, la entienden mejor en el mundo actual. Pienso yo, claro. Lo que no supone que tengamos que retirar la palabra caridad. Sería como retirar de Dios la realidad de su Amor. Dios, es más, mucho más, que solidaridad, aunque también lo sea. Y si el mundo entiende y usa más esa palabra, debemos también usarla, sin perder jamás la Caridad -el Amor- de Dios.
Escribo esto, y ya es demasiada introducción, por cómo Francisco habla y nos presenta la solidaridad. Disfrutemos de sus palabras:
“Ser solidarios significa guiar al más débil por un camino de crecimiento personal y social, para que un día este pueda a su vez ayudar a los demás. Como un buen médico, que no se limita a suministrar una medicina, sino que acompaña al paciente hasta la recuperación total.
Ser solidarios implica hacerse prójimos. Para Europa significa particularmente hacerse disponible, cercana y diligente para sostener —a través de la cooperación internacional— a los otros continentes —pienso especialmente en África—, de modo que se resuelvan los conflictos en curso y se ponga en marcha un desarrollo humano sostenible.
Además, la solidaridad se nutre de gratuidad y engendra gratitud. Y la gratitud nos lleva a mirar al otro con amor; pero cuando nos olvidamos de agradecer por los beneficios recibido, somos más propensos a cerrarnos en nosotros mismos y a vivir con miedo a todo lo que nos rodea y es diferente a nosotros”. (Carta del Papa Francisco al cardenal Parolin – 22 de octubre de 2020)
Esta bella y bastante completa presentación de la solidaridad por parte de Francisco, es completada con esta otra sobre el posible rechazo de la solidaridad:
«Solidaridad es una palabra que no siempre gusta; […] pero es una palabra que expresa mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Es pensar y actuar en términos de comunidad, de dar prioridad a la vida de todos frente a la apropiación de los bienes por unos pocos. Es también luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, tierra y vivienda, la negación de derechos sociales y laborales. Es hacer frente a los efectos destructivos del imperio del dinero: desplazamientos forzosos, migraciones dolorosas, tráfico de seres humanos, drogas, guerra, violencia […]. La solidaridad, entendida en su sentido más profundo, es una forma de hacer historia».
“Quizás, para que la comunidad se convierta realmente en un lugar donde los débiles y los que no tienen voz puedan sentirse bienvenidos y escuchados, lo que se necesita de todos es ese ejercicio que podríamos llamar «hacer espacio». Cada uno retira un poco su «yo» y esto permite que el otro exista. Pero esto requiere que el fundamento de la comunidad sea la ética del don y no la del intercambio”. ¿Se puede decir más y mejor? Quizás.Pero, ahí queda.
Para, nada más ni menos que hacer historia.
La solidaridad cambia muchas cosas y muchas relaciones humanas y, por eso, HACE HISTORIA porque la mejora.
¿Y cuál es el camino? Pues… puede ser éste:
“Quizás, para que la comunidad se convierta realmente en un lugar donde los débiles y los que no tienen voz puedan sentirse bienvenidos y escuchados, lo que se necesita de todos es ese ejercicio que podríamos llamar «hacer espacio». Cada uno retira un poco su «yo» y esto permite que el otro exista. Pero esto requiere que el fundamento de la comunidad sea la ética del don y no la del intercambio.
Queridos hermanos y hermanas, pensar y actuar en términos de comunidad es, por tanto, dejar espacio a los demás, es imaginar y trabajar por un futuro en el que cada uno pueda encontrar su lugar y tener su espacio en el mundo. Una comunidad que sepa dar voz a los sin voz es lo que todos necesitamos”. Estos dos últimos textos son del discurso a los miembros de la Fundación Centesimus annus. 5 JUNIO 2023)