“¿Mejora el lenguaje de los políticos?
– Trabajan mucho el eslogan, su lenguaje es completamente publicitario, todo son `mensajes coca cola`. Y de vez en cuando uno te suelta un rollo patatero o una patochada. Ningún político me deslumbra, y los escucho poco porque tengo muchas cosas que hacer y leer. No me dejo aturdir ni manipular por la palabrería: ¡me niego!, prefiero ver una buena película [ríe]”.[1]
¿Sólo vale para los políticos? Creo que no. Se puede ampliar el campo de los destinatarios.
Nada más leer este texto, me ha surgido la palabra ‘homilía’ y he pensado inmediatamente en las mías y en las que escucho de mis compañeros y de otros predicadores ’eclesiásticos’.
Y he hecho la lista de los defectos enumerados por la autora en el lenguaje, repito, ¿solo de los políticos?
Eslogan.
Publicitario.
Mensajes coca cola.
Rollo patatero.
Patochada.
Ninguno me deslumbra.
Palabrería.
Sin miedo, revisemos nuestras homilías desde estas palabras, primero sobre el contenido. Ojalá salgamos ‘suspensos’ porque estamos liberados de estas graves lagunas. Que nuestras homilías sean vivas, preparadas, oradas, respetuosas con la Palabra y con la comunidad escuchante, realistas, etc… “Un predicador que no se prepara no es «espiritual»; es deshonesto e irresponsable con los dones que ha recibido” (Francisco. EG 135).
Y examinemos el estilo: sin preparar, sin alma, sin vida, mecánico, monótono, lectura sin alma, sin invitación al compromiso de vida, pura copia, espiritualista, lucimiento personalista, impresión de que no creemos lo que predicamos… O, por el contrario, vivo, comunicativo, cuestionante, esperanzador, realista…
¡Qué gozo y qué profunda seriedad proporciona la lectura y meditación-reflexión del texto sobre la homilía del Papa Francisco en Evangelii Gaudium números 135-144! Solamente el hecho de que el texto sea tan largo, indica la importancia que el Papa da a la homilía. La importancia que la homilía tiene por sí misma, en sí misma. “Me detendré particularmente, y hasta con cierta meticulosidad, en la homilía y su preparación” (EG 135),
Una pequeña muestra: “La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo. De hecho, sabemos que los fieles le dan mucha importancia; y ellos, como los mismos ministros ordenados, muchas veces sufren, unos al escuchar y otros al predicar. Es triste que así sea. La homilía puede ser realmente una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento” (Nº 135)
Con una anotación importante: “Es un género peculiar, ya que se trata de una predicación dentro del marco de una celebración litúrgica; por consiguiente, debe ser breve y evitar parecerse a una charla o una clase… Esto reclama que la palabra del predicador no ocupe un lugar excesivo, de manera que el Señor brille más que el ministro.” (Nº 138) La homilía es parte integrante de la liturgia. No debe faltar, por tanto, en ninguna celebración litúrgica.
Damos gracias al Padre por las buenas homilías que nos regala en muchas ocasiones por medio de sacerdotes, diáconos o de personas autorizadas para ello.
Como también podemos y, muchas veces, debemos, sobre todo en Consejos Pastorales, tratar el tema concreto de las homilías que escuchamos, dar nuestra opinión y proponer cauces de mejora en esta parte de la liturgia. Porque en la liturgia todos participamos como con-celebrantes y corresponsables y uno preside. Nadie es dueño exclusivo de la celebración litúrgica, que la Iglesia canaliza y regula. Y que también posibilita una libertad en la celebración, explicitada en la ORDENACIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO 2002. Que debemos leer y conocer, si no lo hemos hecho todavía.
[1] CLARA SÁNCHEZ. “Espero que no se imponga el ‘todes’, pero debemos revisar ese pálpito social”. XLSemanal, nº 1851. 18-25 abril 2023. Pág. 42.
