Porque me ha gustado esta definición. Por eso, me atrevo a comentarla. Peor, seguro, que escucharla interiormente y repetirla como un mantra de acogida y de identificación.
Esta frase, una bella definición del amor, es de Jesús Montiel, escritor y poeta[1]. Además de bella, es una definición que por su sencillez nos facilita comprender que el amor no es un objetivo imposible, ni una palabra vacía o dicha por decir. O como decía aquella película: ¿Por qué le llaman amor cuando quieren decir sexo? (Afirmación de Groucho, uno de los Hermanos Max).
El amor es un profundo sentimiento operativo que nos relaciona con los otros, con la naturaleza, con Dios y con nosotros mismos. El amor resalta la belleza de todo, mira y valora el aspecto positivo de la realidad. Y enfrenta con esperanza y ánimo la debilidad y lo negativo de cada existencia concreta o de acontecimientos tristes y dolorosos.
Prestar atención es poner toda la persona, todo mi yo, al servicio de la persona que habla. Por eso el amor auténtico no es posesivo. Sino que se alegra de que el amado o la amada sea como él o ella es, no como yo querría que fuera. Esto no es amor, es posesión, convertir al otro en un objeto a mi servicio. Eso es ser manipulador.
Prestar atención gratuita, amable, silenciosa… sin palabras… a un enfermo que vive serenamente su enfermedad, eso es amor. Hacerlo con el enfermo rebelde, egoísta, ‘el del mal genio’, el nunca satisfecho del cuidado recibido… lo es, din duda.
Y hacerlo con el pesado, el ‘raro’, el que vive en soledad y el anciano que necesitan hablar y ser escuchados… es el no va más. Porque prestar atención al otro es amar. Amarlo tal como es y se expresa. Aunque pensemos que no se lo merece. Porque el amor es gratuito o no es amor.
El amor, prestar atención, está al alcance de cualquiera. Pero no es fácil. Todos podemos amar, aunque nos cueste. Todos necesitamos amar. Si es ‘a todos’, mejor. Cuando algunos son excluidos de nuestro amor, las consecuencias pueden ser muy amargas. Y ser amados. Aunque creamos que no lo merecemos. Porque el amor es gratuito y deja de ser amor cuando el egoísmo se disfraza de amor. Por eso no es fácil.
Porque el amor implica a toda la persona que ama y a la del que es amado, Benedicto XVI nos dejó una bella definición ‘corporal’ del amor, de amar. Amar es tener un “Un corazón que ve” (Deus Caritas Est 31),
Amar une cuerpo y espíritu, la totalidad de la persona. Unión anterior al encuentro amoroso sexual y que existe sin ese encuentro amoroso sexual. El amor humano, sin concreciones determinadas o ideologizadas, une siempre cuerpo y espíritu. Nace en el corazón y se alimenta y fortalece amando a una persona, a los demás, a la realidad, a lo concreto.
Y Francisco también ha unido cuerpo y espíritu en el amor. El amor es concreto, es el agua de cada día y no la de laboratorio… La indiferencia es una manera escondida de no amar a Dios y de no amar al prójimo. En cambio, es necesario ensuciarse las manos, acercarse a la vida de los demás, recordando que Dios nos amó primero, y nos permite amar. (Homilía 10 enero 2020)
Escuchar con el oído del corazón fue la propuesta que nos hizo en el Mensaje para la 56 jornada mundial de las comunicaciones sociales (Festividad de la ASCENSIÓN DEL SEÑOR. Mayo 2022).
Termino con estas palabras de Francisco en dicho Mensaje: “Sólo prestando atención a quién escuchamos, qué escuchamos y cómo escuchamos podemos crecer en el arte de comunicar, cuyo centro no es una teoría o una técnica, sino la «capacidad del corazón que hace posible la proximidad».
Todos tenemos oídos, pero muchas veces incluso quien tiene un oído perfecto no consigue escuchar a los demás. Existe realmente una sordera interior peor que la sordera física. La escucha, en efecto, no tiene que ver solamente con el sentido del oído, sino con toda la persona. La verdadera sede de la escucha es el corazón. San Agustín invitaba a escuchar con el corazón, a acoger las palabras no exteriormente en los oídos, sino espiritualmente en el corazón: «No tengan el corazón en los oídos, sino los oídos en el corazón». Y san Francisco de Asís exhortaba a sus hermanos a «inclinar el oído del corazón».
[1] VIDA NUEVA, Nº 3311. 25-31 marzo 2023