“El Evangelio de la vida no es exclusivamente para los creyentes: es para todos. El tema de la vida y de su defensa y promoción no es prerrogativa única de los cristianos. Aunque de la fe recibe luz y fuerza extraordinarias, pertenece a toda conciencia humana que aspira a la verdad y está atenta y preocupada por la suerte de la humanidad. En la vida hay seguramente un valor sagrado y religioso, pero de ningún modo interpela sólo a los creyentes: en efecto, se trata de un valor que cada ser humano puede comprender también a la luz de la razón y que, por tanto, afecta necesariamente a todos” (San Juan Pablo II, Evangelium Vitae 101).
Es por eso que la resolución del tribunal constitucional rechazando la ponencia que declaraba inconstitucional la “Ley Orgánica 2/2010 de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo” promulgada hace 13 años por el gobierno de Zapatero, ha causado a muchos ciudadanos, creyentes y no creyentes, una profunda tristeza, preocupación e indignación. Esta decisión hace que se pueda entender dentro del ordenamiento constitucional, el hecho de que haya seres humanos que no tienen derechos, valorando en definitiva el aborto como un derecho.
San Juan Pablo II ya advertía que este escenario se estaba fraguando especialmente en las sociedades occidentales, convirtiendo en derechos algunas situaciones que podían terminar quebrando el derecho fundamental a la vida. “¿Cómo se ha podido llegar a una situación semejante? Se deben tomar en consideración múltiples factores. En el fondo hay una profunda crisis de la cultura, que engendra escepticismo en los fundamentos mismos del saber y de la ética, haciendo cada vez más difícil ver con claridad el sentido del hombre, de sus derechos y deberes. A esto se añaden las más diversas dificultades existenciales y relacionales, agravadas por la realidad de una sociedad compleja, en la que las personas, los matrimonios y las familias se quedan con frecuencia solas con sus problemas. No faltan además situaciones de particular pobreza, angustia o exasperación, en las que la prueba de la supervivencia, el dolor hasta el límite de lo soportable, y las violencias sufridas, especialmente aquellas contra la mujer, hacen que las opciones por la defensa y promoción de la vida sean exigentes, a veces incluso hasta el heroísmo” (San Juan Pablo II, Evangelium Vitae 11). Ante esta situación tan dramática “como Iglesia, solo podemos ser voz de los sin voz, haciendo resonar el grito silencioso de tantas vidas humanas que claman desde el seno de sus madres, pidiendo justicia para que se respete su derecho a vivir”. (Nota de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la vida, 9/2/2023).
Es cierto que ante un embarazo no deseado puede surgir la tentación de abortar. Por eso es fundamental el seguir cuidando a tantas mujeres que tienen problemas para seguir adelante con su gestación y no dejarlas abandonadas nunca. Este debe ser un compromiso de toda la sociedad. Por ello es necesario reclamar a los poderes públicos que promuevan iniciativas que ayuden a las mujeres a vivir su maternidad y que garanticen a los pequeños, que han de nacer, toda la protección necesaria para que puedan crecer conforme a su dignidad.
El drama del aborto es una realidad muy compleja. Son muchas las situaciones que lo envuelven y que hacen muy difícil en nuestro contexto social y cultural actual, el poder abordarlo con sosiego y objetividad. Pero hay que abogar para que cualquier solución y legislación se ciña a planteamientos científicos actuales y adecuados, que evite planteamientos ideológicos que desenfoquen la cuestión principal y que procure siempre la igualdad de toda persona humana, independientemente del momento en el que se encuentre su desarrollo o situación personal. Como proclamó San Juan Pablo II en su visita apostólica a Madrid en 1982: ¡Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente! ¡A Santa María, Madre de la Vida se lo pedimos!