El responsable del Secretariado de Liturgia de la Diócesis de Tarazona, Ignacio Tomás Cánovas, escribe este artículo donde nos explica algunas de las claves a tener en cuenta para vivirla con mayor plenitud.
A lo largo de los siglos, la liturgia de la Iglesia ha ido configurando este tiempo de Cuaresma como preparación de la Pascua cristiana; se desarrolló poco a poco, como resultado de un proceso en el que intervinieron tres componentes:
La preparación inmediata de los catecúmenos para el bautismo en la Vigilia Pascual, la reconciliación de los penitentes públicos para vivir con la comunidad el Triduo Pascual, y la preparación de toda la comunidad para la gran fiesta de la Pascua.
Con la reforma litúrgica, después del Concilio Vaticano II, se ha querido resaltar el sentido bautismal y de conversión de este tiempo litúrgico, pero sin perder la orientación del ayuno, la abstinencia y las obras de misericordia.
¿Para qué sirve la Cuaresma?
La Constitución “Sacrosanctum Concilium” (109-110) considera la Cuaresma como el tiempo litúrgico en el que los cristianos se preparan a celebrar el misterio pascual. Esta preparación se realiza, en primer lugar, mediante una verdadera conversión interior, se trata, por lo tanto, de entrar en nuestro interior e, iluminados por el Espíritu Santo, ver qué realidades de nuestra vida necesitan un cambio.
En segundo lugar, la Cuaresma es un tiempo de preparación para el bautismo, en la Vigilia Pascual, muchos recibirán el bautismo en distintos lugares del mundo; nosotros los que ya hemos sido bautizados, lo renovaremos solemnemente en la Pascua. Por ello, la Cuaresma no invita a recordar las promesas del bautismo y renovarlas.
Finalmente, este tiempo nos invita a la participación en el sacramento de la Reconciliación. Como nos dice el papa Francisco: “Cuando yo voy a confesarme, es para sanarme: Sanarme el alma, sanarme el corazón”.
¿Cómo podemos vivir la Cuaresma?
Para facilitar y conseguir estos objetivos la Iglesia nos ofrece las diversas prácticas a las que nos podemos entregar más intensamente, cada fiel y cada comunidad cristiana de la que formamos parte.
La primera es la escucha y meditación de la Palabra de Dios, especialmente rica en los domingos, pero también en cada día de Cuaresma. Otro aspecto que debemos cultivar es la oración personal y comunitaria, organizando en nuestras parroquias la oración de alguna hora como laudes o vísperas; de actos de piedad, como el Vía Crucis o de adoración al Señor en la Eucaristía. En nuestra oración cuaresmal somos invitados a rezar, de modo especial, por aquellos que se preparan para recibir el bautismo y por los pecadores.
Finalmente, no podemos olvidar otros medios ascéticos, tradicionales, como la abstinencia, el ayuno y la limosna que siempre nos ayudarán a ser generosos, especialmente, con los más necesitados.
Una Cuaresma bautismal
Este año escucharemos en las textos bíblicos de las Misas dominicales, correspondientes al ciclo A, unas lecturas que nos centran en el sentido bautismal de la Cuaresma. En los domingos primero y segundo de todos los ciclos se han conservado las narraciones de las tentaciones y de la transfiguración, si bien se leen según los tres sinópticos, este año san Mateo (4, 1-11) tentaciones y (17, 1-9) la Transfiguración.
Los tres siguientes, nos presentaran las grandes catequesis bautismales del evangelista san Juan: La Samaritana (agua viva), ciego de nacimiento (la luz) y la resurrección de Lázaro (la vida). Todos estos textos tienen una clara resonancia bautismal ya que nos anticipan aquello que vivimos en la Pascua. Cristo resucitado es para nosotros el agua viva, la luz y la resurrección y la vida.
Comenzamos la Cuaresma con la imposición de la ceniza y la terminamos con la luz que en la hoguera y el cirio pascual brillan en medio de las tinieblas. Que esta Cuaresma logremos todos pasar de lo caduco de las cenizas a la renovación de la luz de Cristo resucitado.