Más allá de la Ley

Pedro Escartín
11 de febrero de 2023

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del VI domingo del tiempo ordinario – A –

El trasfondo del evangelio de hoy (Mt 5, 17-37) obliga a tener en cuenta las opiniones que circulaban en la primera comunidad cristiana sobre la validez de la Ley de Moisés. Aquellos cristianos procedían del judaísmo y se preguntaban si su antigua Ley seguía vigente o había sido abolida por Jesús. Es lo que nos ha advertido el párroco para que entendiéramos mejor este evangelio; pero ¿qué pensaba Jesús?

– Me temo que no satisfaga tu curiosidad -me ha dicho cuando le he planteado la pregunta-. Sospecho que buscas un “sí” o un “no”, pero la respuesta es más compleja.

Hemos recogido los cafés y, después de encontrar una mesa libre, me ha dicho:

– Te recuerdo que entonces dije: «No he venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud» y añadí: «Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos». La interpretación que ellos hacían de la Ley de Moisés había caído en la trampa de la casuística, de los mínimos imprescindibles; pero la Ley expresa la voluntad del Padre y debe asumirse de corazón. Quien anda preocupado por lo imprescindible no la cumple por amor, sino por obligación, y les puse varios ejemplos para que me entendieran.

– Ejemplos que chocan con nuestra sensibilidad, porque si por decir a alguien “imbécil”, merezco ser condenado, ¿quién podrá salvarse, sobre todo ahora, con la agresividad que predomina en el lenguaje? -le he interrumpido disponiéndome a tomar un sorbo de café-.

– ¿Te das cuenta de que también tú buscas una respuesta de mínimos, en lugar de intentar llegar al fondo de la cuestión? -me ha replicado mirándome a los ojos-.

– ¿Y cuál es el fondo de la cuestión? -he respondido tratando de justificarme-.

– Pues el escaso amor al hermano, que encierran el enfrentamiento, la descalificación o el insulto… Estas reacciones lo van matando poco a poco, pues los pequeños gestos son semilla de algo mayor -me ha advertido tomando su taza en la mano-. Algo parecido ocurre en los otros ejemplos que les puse. Al recordarles el mandamiento «no cometerás adulterio» y recomendarles que se desprendieran del ojo o de la mano, si les hacían caer, no pretendía que anduviesen mancos o tuertos por la vida, sino decirles, con metáforas (recuerda que mis contemporáneos eran muy dados utilizarlas), que hay que actuar en las raíces, allí donde se deciden la vida y las acciones del hombre, para evitar que la mala levadura fermente toda la masa. Y, si no se cuida el amor conyugal con esmero, antes o después la tentación de desear a otra persona, aunque sólo sea con el corazón, resultará irresistible.

– No sigas; admito que tus ejemplos eran razonables en el contexto de tu gente -he interrumpido para no sentirme abrumado-, pero ¿sirven ahora?

– ¿Por qué no van a servir? -me ha replicado-. Volvamos a lo de los mínimos imprescindibles y la casuística. A algunos os encanta sentiros justificados siempre que no cueste demasiado, y digo yo: ¿qué amor es ése que busca lo mínimo imprescindible para no ser pillado fuera de juego (se dice así en el argot del futbol, ¿no es cierto?), siendo que el Padre os ama “hasta el extremo” y hace que el sol y la lluvia fecunden los sembrados de buenos y malos? La clave para entenderme está en «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto».

– Pero, ¿es posible que gente tan limitada como nosotros seamos perfectos?

– ¿Has olvidado el eslogan: “Sed razonables; pedid lo imposible”? Si unos revolucionarios se atrevieron a gritarlo por las calles de París, vosotros, que contáis con la fuerza de mi Espíritu, ¿no vais a atreveros a cumplirlo? -ha concluido dejándome la respuesta en el aire-.

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