Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

¿Se «quedó»? ¿Se «perdió»?

4 de enero de 2023

“Quinto misterio gozoso: El Niño Jesús perdido y hallado en el templo”. Así lo hemos dicho y lo seguimos diciendo cuando rezamos el Rosario.

“Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Frase que se atribuye a Joseph Goebbels, político alemán que ocupó el cargo de ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945.  Uno de los colaboradores más cercanos de Adolf Hitler, y reconocido por el impacto de sus estrategias propagandísticas en la creación de la identidad anti-semita, anti-judía. Por supuesto que esta frase, en labios de Goebbels, no tenía el mismo sentido e intención que yo quiero darle ahora.

                Esta frase de Goebbels se cumple perfectamente en el misterio gozoso recordado al principio. Si queréis, podemos cambiar la palabra ‘mentira’ por ‘inexactitud’, aunque se puede mantener sin rubor la palabra mentira o el educado; ‘no es verdad’.

                En nuestra vida normal, a veces, mantenemos como verdades, porque creemos que lo son, afirmaciones equivocadas, o simplemente falsas. Y las mantenemos porque me lo han dicho ‘a pie de calle’, o una persona de confianza, o la ‘sabia’ televisión, o el político de turno o el párroco o el cura. O me lo he figurado yo mismo.

                Más grave es cuando ’cargamos’ a una persona un calificativo negativo que no es cierto y vive por mucho tiempo, o para siempre, con el ‘sambenito’ que le ha caído de bocas embusteras o equivocadas.

                Hay afirmaciones especialmente duras y falsas que pueden arruinar totalmente la vida de una persona.

                O afirmaciones ‘seguras y ciertas’ que no tienen demasiada importancia y no afectan a nadie. Pero son mentira o no son exactas. Lo correcto es no decirlas, no contarlas. A no ser cantando con gracia: “por el mar corren las liebres; por el monte, las sardinas”.

                Por eso, es necesario saber cambiar cuando, con razones evidentes, se nos dice amablemente nuestra equivocación.

                Recuerdo que, en distintas iglesias, en la Eucaristía de la Epifanía, dije, para centrarnos en lo esencial del `misterio´, que el Evangelio no decía que eres ‘tres’, sino ‘unos’; no que eran ‘reyes’, solo ‘magos’; que sus nombres y sus colores de piel no aparecían en el texto bíblico. Y la sorpresa (incluso algún escándalo) surgía en los participantes en la Eucaristía.

                ¿Que no tienen importancia estos ‘detalles’? Yo creo que sí. Para conocer bien el dato. Para no quedarnos en la superficie. Y para llegar a lo esencial. Para que los ‘Reyes Magos’, por ejemplo, no se queden en pura cabalgata, sin saber por qué ni para qué, y en padres que hacen de ‘regaladores’. Y para no olvidar que Jesús es el Salvador de todos. Por eso, el Evangelio trae razas y personajes exóticos que adoran al ‘Salvador del mundo’. Jesús es y ‘se manifiesta’ al mundo y a todas las razas.

                No se trata sino de estar informados correctamente. Y de evitar el riesgo, del que ni nos damos cuenta, de falsificar o de rebajar la importancia de lo que cambiamos por repetición irreflexiva.

                Si Jesús ‘se perdió’ en el templo, a lo más que podemos llegar es a decir que Jesús era un niño inquieto y revoltoso como los demás. Que, ciertamente, lo era. Pero si ‘se perdió’, la frase final del relato no tiene sentido. Y esto sí es grave para un cristiano.

                Porque no es cierto que Jesús, a sus doce años, se perdiera en el Templo de Jerusalén, al que había viajado con sus padres.

                Jesús ‘se quedó’. Verbo que expresa una decisión personal, pensada, profundamente significativa. Y que revela, por primera vez en boca de Jesús, a quién ama, sigue y sirve: el Padre.

                Sus padres, José y María, no entienden por qué lo ha hecho. Y le dicen con angustia y cierto reproche: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados”.

Si cambiamos ‘se quedó’ por ‘se perdió’, hemos deshecho totalmente el carácter revelador de este pasaje de la vida de Jesús. Y lo más grave, pierde todo el sentido la frase final de Jesús y todo el acontecimiento de la visita al Templo: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?

¿Os parece poca la importancia de cambiar irreflexivamente las palabras? No es lo mismo, ni significa lo mismo, ni tiene la misma fuerza, ni… ni… ‘perderse’ que ’quedarse’.

                “Sus padres solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres” (Lc 2,41-43). No ‘se perdió’. Que quede claro.

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