No quedará piedra sobre piedra

Pedro Escartín
12 de noviembre de 2022

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XXXIII del tiempo ordinario.

Hoy la Palabra de Dios me ha dejado el amargo regusto de la amenaza o eso es lo que me ha parecido. Primero el profeta anuncia que llega un día «ardiente como un horno» y después Jesús anuncia que «no quedará piedra sobre piedra» de aquel templo que tanto enorgullecía a los judíos (Lc 21, 3-19). Espero que el café me levante el ánimo…

– No pareces muy animado -me ha dicho Jesús nada más verme-. ¿Qué te preocupa?

– Más que una preocupación concreta, es el tono gris y amenazador de las lecturas -le he dicho mientras recogía los cafés-.

– ¿No te habrás levantado con mal pie? -me ha replicado sonriendo-. Si escuchas toda la Palabra, produce más esperanza que desánimo: el profeta Malaquías no habla sólo del fuego que consume a los malvados, sino también de «un sol de justicia que lleva la salud en las alas». Con esta imagen anuncia que el juicio de Dios no infunde temor, sino esperanza…, sobre todo a los maltratados por la injusticia y a todos los que honran el nombre de mi Padre…

– Ya veo que, como en otras ocasiones, me vas a desmontar el argumento -he dicho tomando un sorbo de café para tratar de animarme-. Igual es que me he levantado cansado y estoy más predispuesto al pesimismo que al jolgorio…

-¿Es que no has dormido bien? -me ha dicho en tono comprensivo-.

– No siempre se puede dormir a pierna suelta; pero me temo que mi desánimo no tiene que ver sólo con el cansancio; es algo más complejo. Tus palabras se refieren al menos a cuatro desastres que amenazan a la humanidad, ninguno tranquilizador, por cierto. Primero echaste por tierra el orgullo con el que tus vecinos mostraban el Templo de Jerusalén; luego anunciaste que habrá guerras, revoluciones e incluso catástrofes naturales, con sus secuelas de hambre y epidemias; además hará acto de presencia la persecución, que siempre se ceba en los mejores, porque son los más indefensos; y por si todo esto fuera poco, la traición de los más cercanos… ¡No es para tirar cohetes!

– Te daría la razón, si todo eso tuvierais que vivirlo solos y sin más apoyo que el de vuestras propias fuerzas -me ha dicho mirándome a los ojos-, pero no pases por alto que, a la vista de ese panorama, os recomendé: «¡No tengáis pánico! Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrán hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro».

Me he quedado sin saber qué decir y, tras unos momentos de embarazoso silencio, ha proseguido:

– No pienses que a mí no me hizo sufrir la destrucción del Templo. Tanto me dolió que lloré al acercarme a la ciudad por la ceguera de sus hijos. El mismo evangelista Lucas recoge un poco antes mi lamento a Jerusalén: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! No dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».

– Pero no te veo demasiado afectado -he dicho apurando mi taza de café-.

– No creas -me ha corregido con semblante serio-. Ya te he dicho que la ceguera de mi gente me hizo llorar. Pero hay un par de detalles que explican por qué no estoy deprimido: uno es que cuento, como vosotros, con la fortaleza del Espíritu, y el otro que, por contradictorio que os parezca, «ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». Tal vez os falta esa visión de largo alcance, que proporciona la perseverancia. Deberías pedirla al Padre -ha añadido yendo hacia la barra-.

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