Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XXXI del tiempo ordinario.
Hoy el párroco nos ha dicho que, para situarnos ante el evangelio de este domingo (Lc 19, 1-10), prestáramos atención a algunas frases de la primera lectura. En ella, uno de los “sabios” de Israel dialoga con Dios y reconoce agradecido: «Te compadeces de todos… Cierras los ojos a los pecados de los hombres…, porque todo lo puedes…». Me ha sorprendido que en el Antiguo Testamento se vincule el perdón de Dios con su poder. ¡Estamos tan acostumbrados a entender el perdón como un gesto de debilidad! Ahí está el empecinamiento de los jefes de este mundo, tan reacios a pactar condiciones de paz para no mostrarse débiles… Pero, ¿no sería peor el remedio que la enfermedad?
– ¿Quieres decir que el Padre no sabe lo que hace cuando cierra los ojos a vuestros pecados?
– ¡Hombre! Dicho así da la impresión de que deseo que Él sea un vengador, capaz de poner las cosas en su sitio, de manera que “el que la haga, la pague” -he respondido una vez acomodados ante sendas tazas de un apetitoso café-.
– Pues dime tú como he de interpretar tus reticencias -ha replicado después de tomar un sorbo de café-. El personaje central del evangelio de hoy era un hombre injusto sin paliativos: había conseguido un puesto muy apetecido: ser jefe de recaudadores en Jericó, ciudad situada en una importante ruta comercial…,¿cómo iba yo a invitarme a comer en su casa, si el Padre no hubiera cerrado los ojos a sus pecados? Su profesión lo excluía de toda relación con los puros y los justos, Por eso, «todos murmuraban diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”». Esta vez no solo murmuraban los de siempre, sino todos.
– No sé por qué te extrañas de que todos murmurasen -he dicho todo cándido-. La gente es muy sensible ante los casos de corrupción, sobe todo si les afectan personalmente. Y un recaudador corrupto era un peligro público.
-¿Quieres que te diga que tienes razón? -me ha respondido rápidamente-. Pues no me duelen prendas. Zaqueo era un peligro público, por eso yo debía intentar redimirlo aún a costa de las murmuraciones que aquel caso arrastraba. Es verdad que era un peligro público, pero algo había tocado el corazón de aquel hombre. Cuando me di cuenta de todo lo que hizo para verme de cerca, caí en la cuenta de que allí había madera para construir un hombre justo. Alguien de su posición social no va corriendo de aquí para allá, ni se sube a una higuera para ver de cerca a un profeta (esto es lo que yo era para él). Por eso, entendí que debía arriesgarme e invitarme a comer en su casa. La reacción de Zaqueo confirmó que yo tenía razón: él me recibió muy contento y, además, tomó una decisión muy generosa. La Ley de Moisés mandaba a los israelitas que hubieran defraudado a sus hermanos que devolvieran el doble de lo robado o lo robado más una quinta parte; Zaqueo prometió dar la mitad de sus bienes a los pobres y restituir a los defraudados cuatro veces más. ¿No era aquel recaudador un verdadero “hijo de Abrahán” en contra de lo que pensaba la mayoría?
– Ya veo que las relaciones de tu Padre con nosotros son más complejas de lo que nosotros pensamos -he concluido después de escucharle con atención-.
– Sí que lo son, pero te diré por qué -me ha dicho sonriendo-. Vosotros entendéis vuestras relaciones con el Padre como si Él fuera uno más y tuviera que atenerse a los códigos de conducta que habéis establecido entre vosotros, pero el Padre me envío a «buscar y a salvar lo que estaba perdido» ¿Entiendes por qué me arriesgué con Zaqueo?
– Y te sigues arriesgando con muchos otros “zaqueos” -he dicho mientras pagaba la consumición-.