El leproso agradecido

Pedro Escartín
9 de octubre de 2022

Flash sobre el Evangelio del Domingo XXVIII del tiempo ordinario. (09/10/2022)

Hoy, el Apóstol Pablo invitaba a su discípulo Timoteo a levantar el ánimo: «Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos…», le decía en una carta escrita desde la cárcel; la hemos escuchado en la segunda lectura (2 Tm 2, 8-13). Después, en el evangelio (Lc 17, 11-19), hemos escuchado la curación de diez leprosos, que suplicaban la compasión de Jesús. Esto me ha hecho pensar que la fe efectivamente “mueve montañas”, pero de los diez curados, sólo uno volvió a dar las gracias, y he empezado mostrándome empático con Jesús:

– Supongo que te dolió el que sólo uno volviera a agradecerte la curación, y además era samaritano.

– Me dolió que los otros nueve no cayeran en la cuenta de que, al encontrarse conmigo, la bondad del Padre estaba pasando por sus vidas -me ha respondido después de tomar el primer sorbo de café-. El que fuera judío o samaritano es secundario. Ya sabes que en mi vida terrena tuve que soportar desaires tanto de unos como de otros.

– Esto es cierto -he subrayado-. Unos samaritanos no quisieron darte hospedaje, porque estabas de paso hacia Jerusalén.

– Y los de Sicar, que también eran samaritanos, me acogieron con los brazos abiertos después de mi charla junto al pozo de Jacob con aquella samaritana que fue a sacar agua -me ha corregido-. No era la xenofobia el problema, sino la actitud excluyente que la origina.

– ¿Por eso pusiste a un samaritano como ejemplo de compasión y solidaridad en una tus parábolas? -he comentado tomando un sorbo de café mientras esperaba su respuesta-.

– Y porque la bondad también arraigaba en el corazón de muchos samaritanos como en el de muchos judíos. Por más que algunos conductores de masas se empeñen en vincular el bien y el mal, la dignidad o la ignominia, con una u otra raza, lo único verdadero es que todos sois hermanos y el Padre os quiere a todos por igual. Luego, cada cual responde a su manera: unos acogen y agradecen su amor, y otros lo rechazan… En esta ocasión, en la curación de los leprosos, fue un samaritano el agradecido, lo mismo que fue un militar romano el que ha quedado como ejemplo de fe. ¿No recuerdas que, antes de recibirme en la Eucaristía, rezáis: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero dí una sola palabra…»? Pues fue un pagano romano el primero que me lo dijo -me ha replicado con calma y firmeza-.

– Tienes razón -he dicho jugando con la taza en mis manos-. Pero en este caso, el evangelista ha dejado escrito lo que tú dijiste: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que un extranjero para dar gloria a Dios?».

– ¿Quieres decirme que, por haber puesto de manifiesto algo obvio, apreciaba más a los samaritanos que a los judíos? Amigo mío, no saques las cosas de quicio. En aquella ocasión, ocurrieron cosas muy significativas: aquella enfermedad maldita, que entonces era la lepra, había unido a unos hombres en la desgracia, sin hacer distinción de su raza y origen; les unió también en la curación que recibieron; pero fue aquí donde se dividieron: unos se limitaron a cumplir con la Ley; se presentaron a los sacerdotes, éstos certificaron que podían volver a reintegrarse con su familia y con sus vecinos, y se contentaron con eso. Hubo uno que logró mirar más lejos y descubrió que el amor del Padre pasaba por aquel hombre del que habían implorado compasión; éste sintió la necesidad de bendecir a Dios y volver para dar gracias. ¿No fue un ejemplo de fe para todos aquellos judíos, aunque él fuera samaritano? Era inevitable hacerlo notar, a ver si, de una vez por todas, dejáis de sentiros unos más que los otros y de haceros daño por ello -ha dicho apurando su café y llamando al camarero-.

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