Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XXVI del tiempo ordinario.
El profeta Amós ha vuelto a fustigar, en la primera lectura, a los que se acuestan en lechos de marfil y no sienten compasión de los que sufren (Am 6, 1-7). El evangelio ha narrado la parábola del rico derrochador y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31), menos conflictiva que la del domingo pasado, pero bastante preocupante. ¿Por qué Abrahán fue intransigente con el rico?
– ¿Por qué la misericordia de Dios, que tú predicabas, no alcanzó al rico de la parábola? -he preguntado a Jesús con tono un poco seco-.
– Tengo la impresión de que la parábola no te ha sentado bien -me ha respondido-. ¿Es que te sientes aludido? Esta parábola la dije pensando en los fariseos, que, como anotó el evangelista Lucas, “eran amigos del dinero” y se burlaban de que yo hubiera dicho que “no se puede servir a Dios y al dinero”.
– No es por eso. El rico de la parábola era mala persona: tenía en la puerta de su casa a un desgraciado y no lo veía: no seré yo quien diga que no se merecía un correctivo. Pero, ¿por qué el patriarca Abrahán no permitió que Lázaro fuera a advertir a sus hermanos? Si se hubiera aparecido en la casa de su padre, les hubiera ayudado a corregir la mala vida que llevaban…
– Pues, porque Lázaro no era un recadero -ha respondido sin pensarlo dos veces-.
Llegados a este punto ya habíamos apurado la mitad de nuestros cafés, enfrascados en discutir la parábola. Entonces, Jesús me ha mirado con paciencia, dispuesto a aclarar mis sentimientos, y ha proseguido:
– Perdona que antes te haya preguntado si te sentías aludido. Ya sé que no eres amigo del dinero y aprecias que el Padre sea misericordioso. Pero hay algo que necesitas meter muy dentro de tu corazón: que algunas actitudes producen una ceguera espiritual irreversible. Lo dejó escrito Benedicto, mi Vicario, en su primera encíclica sobre la caridad: «cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios». ¿Es que aquel rico no veía todos
los días la miseria del pobre Lázaro tirado en la puerta de su casa? Ni veía a Lázaro ni veía que el Padre le llamaba a ser misericordioso; cuando la muerte volvió definitiva la situación de uno y otro, ¿tenía el rico algún derecho a que Lázaro le hiciera de recadero?
– Ya entiendo que hubiera sido una burla utilizar de recadero al que había sido invisible para el rico y sus hermanos -he dicho apurando mi café-, pero, les hubiera sido tan útil que Lázaro les informase de lo que hacía al caso… ¿Por qué el patriarca Abrahán no lo permitió?
– Pues porque no hubiera servido de nada -me ha dicho con franqueza-. Si no escuchaban a Moisés y a los profetas, «no se convencerán ni aunque resucite un muerto», dijo el Patriarca, y tenía razón. Te voy a refrescar la memoria: cuando resucité a mi amigo Lázaro, el hermano de Marta y María, el evangelista Juan escribió lo que pasó: «Muchos judíos, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Entonces, los sumos sacerdotes y los fariseos decidieron dar muerte a Jesús, y también matar a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús». ¡La ceguera espiritual es perversa e irreversible!
Me he quedado pensativo, mirando mi monedero y Jesús, poniendo su mano sobre mi hombro, me ha dicho:
– No olvides que el género literario de las parábolas permite contar historias inventadas y hacer descripciones imaginarias. En ésta, no quise describir la geografía del más allá, pero el fondo de la historia de Lázaro y el rico es del todo real.