“¿Pero quién se detiene hoy a mirar las estrellas por la noche?”[1] Si no están ocultadas, claro, por la calima o por la contaminación. Contaminación que también es consecuencia de trabajar, rendir, producir, deprisa, sin pensar en el mañana de los que vendrán, ni en el hoy pleno y humano de los que vivimos, sin disfrutar de lo bello de la vida porque tenemos que trabajar y trabajar, disfrutar frenéticamente del momento y pasar a otra cosa.
O estamos tan estresados o somos tan superficiales que empleamos el tiempo que nos queda en ‘liberarnos’ con diversiones tan efímeras como inútiles para el profundo gozo de la amistad y de la vida. La evasión nunca es el modo de sacar el buen jugo que nos ofrece la vida y su disfrute gratuito y serenante.
Hoy nos cuesta cada vez más querer encontrar momentos libres para meditar y reflexionar sobre la vida, nuestra vida, cómo, por qué y para qué vivimos, qué es lo central y nuclear en nuestra existencia. Tenemos como inútil o no valoramos ‘contemplar las estrellas’. Pensamos que gastar y consumir es el mejor modo de ‘descansar’ del agobio de la vida. Y la vida pasa sin vivirla.
Esta reflexión de hoy me viene del evangelio. Marta, escuchábamos el domingo pasado en la Eucaristía, se queja ante Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir?” No parece una queja sin razón. Fuera de lugar. Y, sin embargo, Jesús le responde: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor y no le será quitada” (Lc 10,38-42). Jesús siempre sorprende, nos invita y nos lleva a reflexionar. Para ser su discípulo, solo es necesaria la parte mejor: escucharlo. Lo demás, vendrá después: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5).
Marta, estresada por el trabajo, puede ser también símbolo, imagen de un modo de vivir actual. Por eso tenemos la necesidad de hacer lo que no hacía Marta: parar, detenerse, escuchar, tomar distancia de la actividad y reflexionar nada más y nada menos que simplemente para valorar la vida. Para poderla en orden, para organizarla bien. La vida y su mayor plenitud, en primer lugar; el trabajo, las actividades, el hacer… después.
El único que puede y debe tomar esta decisión es cada uno de nosotros. Eso sí, necesitamos una decisión firme y fuerte para resistir y vencer la llamada que nos invade desde fuera y condiciona todo. “Si no ponemos remedio, si no priorizamos unas tareas y descartamos otras, si no desconectamos de vez en cuando, nos convertimos en pieza del engranaje social. Descansar y desconectar, mejor o peor, es algo que, inevitablemente, hacemos cada día, cada semana, cada cierto tiempo, cada año. Pero además de descansar, hace falta bajar el ritmo, relajaros, hacer silencio, tomar distancia para averiguar y decidir qué podemos hacer y qué no podemos hacer, para tratar de discernir qué merece la pena y qué no la merece o no la merece tanto, qué es urgente y qué no lo es”[2].
Este modo de proceder nos convertirá en ‘sabios’. Porque “la sabiduría es la capacidad de distinguir entre lo importante y lo que no lo es, entre lo genuino y lo inauténtico, lo relevante para la vida en su conjunto”.[3] Nos dice este autor, resumiendo, que debemos ‘pararnos’ a pensar y buscar ese tiempo, que todos tenemos si queremos, para convivir, conversar y celebrar.
¡Qué diferente sería nuestra actuación familiar, laboral, cristiana, pastoral, de amistad… con estos criterios y objetivos existenciales!
El camino para ir avanzando en esa dirección creo que puede empezar por detenernos a mirar las estrellas por la noche. La gratuidad y la belleza como condición o indicación “para tratar de discernir qué merece la pena y qué no la merece o no la merece tanto, qué es urgente y qué no lo es”. Contemplar las estrellas nos llevará también a unirnos a quienes también las contemplan, valorándolo más que nosotros, desde la pobreza y el descarte social y las valoran y disfrutan más. Solidarizarnos con esos hermanos pertenece a lo mejor que podemos y debemos hacer, incluso mirando a las estrellas. y que no podemos dejar que nadie nos lo quite.
Contemplar las estrellas es dar gracias a la Danza Trinitaria de Dios que nos ha regalado la vida, la creación. Y a quienes gozan intensamente con este don y lo agradecen, lo respetan y lo cuidan.
Gracias a quienes disfrutan con una puesta de sol; a quienes comparten serenamente con los amigos y una cerveza o sin ella; a quienes miran con amor responsable y activo a todo necesitado de ese amor; a quienes siempre ven el vaso medio lleno o más; a quien llama por teléfono para preguntarte cómo estás; a quien sonríe siempre que te acercas; a quien recorre la naturaleza en paseo contemplativo; a quien huele una flor; a quien abre un libro y se asoma a otros mundos de ficción o a pensamientos enriquecedores… PORQUE TODOS ENNOBLECEN ESTE MUNDO Y AL SER HUMANO.
Gracias porque hay muchos que se detienen a mirar las estrellas por la noche. Y se unen a los descartados que también las contemplan, aunque no les dejamos participar de los demás bienes que la Danza Trinitaria ha regalado a todos sin distinción.
[1] AUGUSTO HORTAL ALONSO SJ. Discernir, pensar y celebrar para saber vivir. Sal Terrae. Julio-Agosto 2022. Pág. 610.
[2] Ibidem. 611
[3] Ibidem. 620.